El compás de Boreal aumentó su ritmo este sábado 18. Mucha más actividad, más música, más gente y más mujeres al micrófono. Todas ellas con diferentes lenguas, pero acompañadas de uno universal: la música.

El listón había quedado bien alto el viernes, en cuanto a la música. Y el sábado no iba a ser menos. Desde que se subiera la franco-griega Dafné Kritharas, la música no paró en toda la tarde terminando con Ami Yerewolo. Una vez más, el cartel fue multicultural y para todos los gustos.

Kritharas pisó por primera vez un escenario español en Los Silos. Quién lo iba a decir. Parecía que había construido su actuación en torno a islas ya que sus canciones pertenecían a ínsulas griegas. Ella, con mucha sensibilidad, nos explicaba previamente las canciones y lo cierto es que ese detalle me hacía entender la música de otra manera.

Cuando entendemos el origen de la música, las personas o el arte en general, todo se alinea y la lógica actúa. La música de Dafné Kritharas tenía en ocasiones un tinte agitanado, ese halo gipsy que rodea a las culturas de oriente y que con sonidos punteados y algo apresurados nos transporta, nos lleva al principio de todo.

En la mayoría de su actuación, reinó la paz y la quietud. Era perfecta: su voz acariciaba, como cuando pasas la mano por el pelaje de un cachorro de manera superficial. Para no inquietarlo. Con una voz aguda, pero controlada en sus giros casi flamencos. De repente, el ambiente se anima con la historia de un sultán que se enamora de una gitana. ¡Ay el amor! Con un ritmo rápido y con una voz que ‘surfea’, arriba y abajo, entre las cuerdas del contrabajo y la guitarra. Sútil y delicada.

A continuación, María Rodés se subía al escenario para dejar la huella de una cantautora con varios años de trayectoria y con una gran naturalidad. Cercana al público y bromeando, era aún más tierna cuando cantaba. Muy agradable al oído y acompañada de dos guitarristas, en femenino.

Rodés ha colaborado con Jorge Drexler y Coque Malla, entre otros. Algo que habla de su capacidad de adaptación: mostró varios registros que pasaron por versiones de rancheras y coplas. Todas ellas con un claro discurso feminista. Me hipnotizó el sonido experimental de la guitarra, creando efectos que nunca pensé que salieran de seis cuerdas.

Por momentos, el impulso de la música parecía que levantaría a María Rodés de la silla. Marcaba el compás con su pierna y transmitía ese pulso marcado y constante a ritmo de ranchera. Arrancó así la ovación del público terminando su actuación en lo más alto.

Habíamos tenido una tarde muy tranquila. Hasta que llegaron ella y su música: Selma Uamusse. De Mozambique, pero afincada en Portugal desde muy pequeña; Uamusse llegó con un contoneo sensual al escenario que ya anunciaba lo que ocurriría en la siguiente hora. Energía, alegría, una percusión con el papel de coprotagonista y una gran presencia en el escenario. ¿Acabo de definir la gran totalidad de la música africana? Es posible.

En ocasiones, la música de Selma Uamusse desvelaba un registro muy cercano al jazz pero siempre combinado con ritmos e influencias africanas. En el escenario se distinguían varios instrumentos percutidos que gritaban África y marcaban los compases de una música que hizo que Selma se despeinara en la tercera canción. Así es como es.

De repente, el concierto creció en intensidad e hizo que el público bailara en la silla. Algo que siempre me ha parecido ridículo, pero «más ridículo sería no moverse», me soplaron al oído. También mete ritmos funk, con mucho groove gracias a la guitarra. Me sorprendió gratamente la instrumentación que la acompañaba, al igual que me sorprendieron las tonalidades más graves de su voz. Fue un torrente de energía sobre el escenario que avisaba de que lo que venía después mantendría el mismo nivel de intensidad.

La última de la noche fue Ami Yerewolo, desde Mali. Es capaz de sincronizar al público con movimientos de brazos al ritmo de sus bases electrónicas. Sobre estas un rapeo incesante de Yerewolo que no se atropella ni un segundo.

Nunca pensé que escucharía música electrónica africana. El recinto parecía un festival de electrohouse, pero en lugar de estar de pie… sentaditos cada uno en su silla. Pero eso sí, dándolo todo al ritmo de la bases electrónicas que estaban acompañadas de percusión en vivo. Esto permitía que en ocasiones, la maliense se marcara algunos versos a pelo con la percusión en directo.

Estos momentos son mágicos. Solo una voz, percusión y el público vibrando. No es fácil de conseguir. Y tampoco es fácil conseguir convertirse en una voz referente haciendo rap en Mali. Yerewolo es una de las nuevas voces africanas y se ha hecho un hueco en una vertiente de la música asociada al sexo masculino. No obstante, su fortaleza y su música son conocidas ya en el panorama musical europeo. Fue un gran final para un sábado muy completo.

Programa completo

Completo porque desde por la mañana se pudo disfrutar de actividad. Se disfrutó de una ruta naturalista capitaneada por Juan José Ramos y de actividad familiar. Esto es de lo que más me gusta de un festival como Boreal: que se comparta en familia. Así, se construyeron alrededor de 40 cajas nido para pájaros gracias al taller de Birding Canarias. Padres, madres e hijos martillaron toda la mañana para construir un hogar para los pájaros. También realizaron figuras de fauna canaria gracias a 4bichos o profundizaron en la artesanía mejicana huichol con la realización de mandalas.

«Es de lo que más me gusta de Boreal: que se comparta en familia»

Actividades, muchas de ellas de conservación, que se completaron con la charla de María Medina, vicepresidenta de la ONG Cabo Verde 2000 Natura, y que nos contó su labor en la conservación de las tortugas.

Iballa Ruano: corazón de escamas

Pero hubo una mujer, que aunque no cante, hay que destacar de la jornada del sábado 18: Iballa Ruano, primer premio Boreal. La multicampeona de windsurf de Pozo Izquierdo estuvo en Boreal para recibir la primera edición de este premio. Pudimos ver un cortometraje documental biográfico donde quedó muy clara la historia de superación de Ruano. Y no solo suya, sino de su familia y su inseparable gemela Daida.

No pudimos evitar las lágrimas y yo descubrí que aquellas dos chicas que no paraba de ver en la tele a finales de los 90 ganando una y otra vez mundiales de windsurf, habían tenido que superar olas metafóricas más complicadas que las del mar. Son las olas del machismo en el deporte. Las han batido fuerte, pero ellas siguen en pie. Fue todo un placer conocer a Iballa Ruano y su historia.

Licenciada en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Más de una década al servicio de la comunicación

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