Una dorada desesperanza

La película se estrena dentro de FICMEC este domingo 28 a las 19.30 horas

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Rasmané duerme impasible en una tranquilidad que invade la pantalla. La mañana cambia por completo el rumbo de la noche, el niño corta un trozo de leña y poco después se introduce –a través de un plano subjetivo– en un estrecho y profundo pozo donde se encuentra el oro.

A Golden Life no es un retrato fácil. Su crudeza evidencia las costuras de Burkina Faso, un país atrasado en todo tipo de derechos, aunque centrado desde el filme en los laborales y los infantiles. Su director, con una gran astucia, marca y define unos tiempos claros, donde sabe alejarse de la escena cuando requiere distanciamiento y se acerca cuando quiere evidenciar lo que vemos: que los protagonistas no dejan de ser unos niños.

Boubacar Sangaré compone un documental donde los espacios se amplían a medida que el nudo se desarrolla hasta adquirir el carácter de un filme medioambiental, pasando así de un corte más intimista y social a mostrar una realidad que va más allá del simple ser humano.  Las columnas de humo negro y la destrucción del paisaje, que pasa de ser arbolado a desértico y de desértico a masificado, conforman una idea que enriquece el subtexto de la obra.

Volviendo a la realidad, el tema central no deja de ser un motivo evidente que se autocentra y gira en torno al oro. Un elemento tan sumamente codiciado, tan difícil de conseguir desde el punto de vista químico como desde el punto de vista de su recolección, pero que paradójicamente se articula en el documental como algo de un valor incalculable y que realmente deja poco o nada a nuestros protagonistas.

El autor presencia esas dificultades, las muestra sin tapujos y las critica. Los niños son explotados en la más absoluta condición de miseria, soñadores de un futuro mejor, con un mundo de promesas que jamás se cumplirán. El sueño del capitalismo y la obligación de una asfixiante miseria que es asumida y normalizada por todos. Precisamente en toda esta destrucción es donde Sangaré adquiere una mirada más profunda, que compone a los niños como adultos miedosos frente al trabajo, pero como jóvenes ingenuos en la intimidad. Como soñadores, en definitiva, de lo ridículo y de lo imposible; como soñadores de una vida mejor.

Y de pronto, un final tan rupturista como esperanzador.

Graduado en Historia del Arte por la Universidad de La Laguna. Máster en Cinematografía por la Universidad de Córdoba