Mayo y junio siempre han sido mis meses favoritos del año. Ni siquiera los meses de julio y agosto pueden superarlos en mi ranking aunque sean pleno verano. El previo, los preámbulos y los avisos de que se acerca el buen tiempo me pueden.

Respiro al salir al balcón de mi casa y lo noto: siento que ya es hora de sacar las cholas, que tengo que tener en cuenta qué camiseta ponerme debajo del suéter porque es muy probable que me lo quite, que la cerveza sabe mejor y que los atardeceres se reflejan de otro modo en mis gafas de sol mientras estoy contemplándolos en El Caletón.

Me llega una notificación al móvil diciéndome que con el cambio de hora se aproxima el verano. Pero la mejor notificación me la da la naturaleza. Tras el cambio horario, el pasado sábado 27 de marzo, amaneció un domingo espléndido. Ya se notaba la temporada estival. Baño en la escalonada del muelle viejo y entonces aparecen ellas.

La mejor notificación me la da la naturaleza

En bandada, locas como cabras aunque vuelan. Regresan. Son las andoriñas, esos pájaros negros que vemos revolotear sin rumbo aparente por todos lados. Esa mañana de domingo estuvo amenizada por el vuelo de estas pequeñas aves en el cielo azul tras el barrio de San Pedro. Y entonces empieza a rondarnos la cabeza el por qué aparecen, de qué son síntoma.

Rebuscamos en el móvil sin encontrar mucha más información. Simplemente dábamos con artículos básicos sobre la especie. Hasta que aparece esta maravilla: ‘El regreso de las andoriñas’ de Juan José Ramos. La aparición de estas aves significa que las temperaturas van a subir. Y no se equivocan: hemos tenido buenos días de sol y buenas temperaturas para iniciar abril.

La naturaleza me avisaba de esto en Sevilla de otras maneras. Todo el centro de la ciudad tenía un potente perfume: el azahar. Los naranjos se encargaban de dotar de un olor característico a las calles, como si fuera el olor oficial. Allí o olía a adobo o a azahar. Uno te abría el apetito y otro te embriagaba el paseo.

Pero nada comparable a Garachico en donde hemos tenido buenos colores al atardecer los primeros días de abril. Rosas tenues que dan un aspecto bucólico al cielo y también al mar. La dispersión de la luz y el ángulo entre el sol y el horizonte hacen que el cielo se tiña de rosa.

Hemos tenido un buen comienzo en este mes de abril. Puede que se comporte como abril de 2020 en el que el tiempo nos la jugó portándose demasiado bien. Nosotros encerrados por el virus. Pero el tiempo atmosférico no entiende de virus, de pandemia o de toques de queda. Aunque nos hace el favor de regalarnos el atardecer antes de las 22.00 horas.

Es una hora más de luz, tiempo de tener las ventanas abiertas y también la puerta del patio. Tiempo de respirar sal, de risas y de corrillos, de niños en la plaza. Y aunque algunos se empeñen en echar por tierra esta sensación (por ejemplo, la apertura de inscripciones para el próximo curso) a mi me gusta vivir en el previo al verano aunque eso signifique estornudar más de lo normal.

Es simple y llano, 

ya llega el verano. 

Te columpias en las olas, 

no importa lo fría que está el agua

porque para secarte hay nueva hora. 

Silbas, tarareas y te ríes. 

Te quedas en El Caletón hasta las diez. 

Límite horario, toque de queda. 

Disfruten de este horario, 

la Luna ya espera. 

Es simple y llano: 

cholas, cervezas, mar y amigos. 

Sin pareados. 

 

Licenciada en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Más de una década al servicio de la comunicación