Hace unos días, en una emisora de radio, se dialogaba sobre el tiempo, sobre los relojes y sobre las rutinas que transcurren lo largo de un día. Uno de los contertulios reseñaba hechos cotidianos que transcurrían con puntualidad, sin intencionalidad. En uno de los momentos, llegó a pedirle a los compañeros de la tertulia que pensaran en un momento concreto del día, que fijasen un espacio por donde normalmente transitan a esas horas y que recordaran hechos acontecidos en ese intervalo. Concluyendo que esas interrelaciones sucedían normalmente día a día, mientras pasábamos. Incluso, llegó a decir que él, al agrupar personas, horario concreto y lugar determinado, podía saber la hora aproximada, e incluso llegar a pensar que iba con tiempo; pero si así no fuera en alguna ocasión, miraría el reloj para saber si iba con retraso.

La reflexión que compartía el tertuliano me hizo pensar en las situaciones reiteradas que me transcurrían a lo largo del día y anoté lo que normalmente sucedía. Me quedé con aquellas que me sucedían diariamente en el trayecto que realizaba desde El Sauzal hasta Los Silos. La reiteración de los hechos sucedían con una precisión horaria exquisita.

A las siete en punto iniciábamos el recorrido. Era el único momento que mirábamos el reloj. En la zona de La Higuerita, en Los Realejos, hacíamos la única parada. Al incorporarse los compañeros al vehículo, recordábamos anécdotas de los históricos piratas, y los taxis compartidos que acercaban a los vecinos desde los pueblos más alejados a la capital para arreglar «asuntos» o ir a las consultas de los médicos especialistas en el hospital.

Desde aquí hasta Los Silos nos separaban treinta minutos, salvo algún derrumbe por los alrededores de la gasolinera de El Mirador o algún derribo puntual por la zona de El Guincho, hechos no muy frecuentes durante los años que nos trasladábamos hacia la Isla Baja.

El mar de leva por la avenida de Garachico sucedía con más frecuencia. En esas ocasiones, nos desviaban por el interior del pueblo y llegábamos sin dificultad a nuestro destino.

Al pasar por el inicio de la circunvalación de Icod de los Vinos, a la derecha, veíamos una garza posada en los muros de un estanque cilíndrico. Se había convertido en un elemento más de nuestro reloj de rutinas mañaneras. Un poco más adelante, una señora de mediana edad corría por el arcén del mismo lado. Uno y otro acontecimiento nos seguía confirmando nuestro horario.

Un poco más adelante, el horizonte se agrandaba. Un majestuoso paisaje agrícola con grandes extensiones de plataneras se expandían por la parte llana, con las viviendas agrupadas en uno de los laterales; y sin destacar e integradas, también observábamos tres o cuatro casas algo más grandes en medio de la llanura. Entorno que nos trasladaba al pasado, donde este tipo de espacios se repetía en algunas de nuestras islas.

Entrando por la avenida de Garachico, en las paradas de guaguas chicos y chicas se agolpaban con sus mochilas; un poco más adelante, un grupo de mujeres sentadas en el bordillo de la acera hablaban y esperaban para entrar al empaquetado de la FAST. Pasado el pescante, a la altura de la playa, dos mujeres caminaban todas las mañanas, y casi a la misma hora, por el acerado de la carretera.

El traqueteo repentino del furgón a la entrada del pueblo de Los Silos, por la calle Grande, nos ayudaba a confirmar el horario. Veíamos a la derecha la plaza con algo de luz y con vecinos del pueblo en dirección al centro de salud; y a la izquierda de nuestra dirección, enfrente del bar La Luz, la derbi platanera de Juan, un trabajador agrícola, que con puntualidad debía estar saboreando su barraquito y calentando sus manos con el calor que desprendía el vaso. Íbamos puntual.

Sobre las ocho menos cuarto estábamos sentados delante de un cortado y un tentempié en la cafetería del centro, hablando sobre alguna noticia de actualidad o escuchando anécdotas que nos contaba casi todos los días uno de nuestros compañeros. Nos acercábamos a la sala de profesores e iniciábamos la jornada de trabajo.

En otros trayectos, en otros horarios, también hemos tenido rutinas que se han repetido cotidianamente. También es muy posible que durante este último año tan distinto, raro, complejo, esos momentos fijos y repetitivos han podido desaparecer o no son las mismos. Nuestro reloj vital y social está algo desajustando. Pero seguimos mostrando ganas, tiempo, observación, fuerza y proyectos para fortalecer la cotidianidad individual y social.

No todas las rutinas del trayecto hasta Los Silos se repetían diariamente. De manera puntual, ciertas situaciones naturales, artísticas y culturales, transformaban el entorno y nos anunciaban jornadas festivas, culturales o encuentros que se realizaban a lo largo del año en distintas localidades de la Isla Baja. Estas fechas nos recordaban épocas del año, pero las dejaremos para otro momento.