El molino de agua del heredamiento de Daute

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Al lado del barranco rumia los recuerdos del pasado, de la época en la que aún era útil y las aguas acariciaban sus piedras desiguales y oscuras. Una palmera lo acompaña silenciosa y desde su orgullosa altura consuela su injusta soledad, su olvido.

Pasan los años, los siglos y pasan las gentes sin verlo. Igual que otros vestigios de tiempos remotos, se niega a ser engullido otra vez por la tierra y en piedras y en arena o en polvo disolverse en el olvido.

Resiste en silencio. No permite que el desagradecido progreso lo engulla.

Resiste al borde del camino dejando que las hierbas y las plantas trepadoras jugueteen por sus muros. Un molino tosco y rudimentario nos habla de épocas pasadas. ¿Por qué la historia y los artistas solo ensalzan o inmortalizan los grandes hechos o los edificios de alcurnia y blasón? ¿No encierra este humilde molino la historia del trabajo, de la vida, del sufrimiento y de la lucha por la supervivencia?

Humilde como humilde fue su cometido. No lo manipularon manos de poderosos señores enfundadas en guantes de piel sino las manos encallecidas del pueblo que trabaja.

Ya no ruedan los monótonos cangilones como minuteros tristes.

Ya no se oye cantarina el agua.

Ya no.

Allí continúa ignorado como los trabajadores agrícolas, los obreros, las trabajadoras del campo, los arrieros, las pescadoras… Sin una placa, busto o monumento que inmortalice su tenaz y silenciosa labor.

Dejando pasar los años como dejaba pasar el agua para convertirla en energía. Dejando pasar la vida sin un momento de gloria, sin que un poeta lo inmortalice transformado en palabra, verso o poema.