Los faros no son simples estructuras. Y mucho menos los faros de antes. Los de antes albergan en su interior grandes historias. Historias de vida, de familias, de soledad, de temporales, plagados de anécdotas y, casi siempre, de felicidad. Este ha sido el caso de Antonio Hurtado, el último farero de Punta de Teno.

Sus hijas lo tienen claro: sus recuerdos son felices. Loli y María Hurtado Ripoll vivieron en el comienzo. En esa pequeña península de tierra que encierra la idílica historia de su familia. Su padre recorrió varios faros de la península: primero estuvo en Altea (Alicante), más tarde en Punta Paloma en Tarifa (Cádiz) y finalmente recaló en Punta de Teno. «Recalamos aquí por una temporada y finalmente nos quedamos a vivir en Tenerife», asegura Loli Hurtado Ripoll, la mayor de los tres hijos del último farero de Punta de Teno.

«A él le gustaba mucho la tranquilidad, la naturaleza, se entretenía mucho con manualidades y siempre estaba enredando con cosas», cuenta Loli. Piensa que quien tuvo que hacer el mayor sacrificio fue su madre porque «seguir a mi padre, con dos niñas pequeñas y sin luz y sin agua», explica.

Antonio Hurtado llegó en el año 1963 al faro de Punta de Teno. En ese momento, existían dos fareros que se turnaban y por eso el antiguo faro estaba dividido en dos viviendas. El otro farero, Pepe Sánchez Acosta, también residió con su familia en ese faro que se finalizó en 1893 y que fue proyectado por el ingeniero José Sanz Soler. Su funcionamiento no comenzó hasta el 7 de octubre de 1897.

El halo de romanticismo que envuelve a los faros era aún mayor en sus inicios. Hay que imaginar cómo es vivir en el aislamiento en medio de la naturaleza. A la familia Hurtado Ripoll, los suministros les llegaban una vez a la semana a través de un barco. Y además, ellos también se trasladaban por ese medio en el caso de que tuvieran que salir de la Punta de Teno. «Casi siempre íbamos por el norte, pero a veces también llegábamos desde el sur», comenta Loli.

Su hermana María apenas tiene recuerdos de la época en la que residieron en el faro de Punta de Teno porque tenía tan solo dos años. El hermano menor, Antonio Hurtado Ripoll, no llegó a vivir en el faro. No obstante, la vinculación de la familia continuó con este gran enclave aunque ya no vivieran allí. La familia de Antonio Hurtado se mudó, en primera instancia, al pueblo a Los Silos, más tarde a Icod de los Vinos y cuando Loli se marchó a la Universidad de La Laguna, todos siguieron sus pasos.

Sin carretera hasta Punta de Teno

Si bien el principal medio para llegar hasta el faro de Punta de Teno era por mar, Antonio Hurtado y muchas personas que necesitaban llegar a la península lo hacían caminando hasta Teno Alto y bajando hacia la costa. «Mi padre en ocasiones hacía ese camino y eran unas cuatro horas caminando», cuenta Loli.

Un auténtico suplicio hasta que a mediados de los setenta construyeron la carretera hacia Punta de Teno (TF-445). «Mi madre y yo fuimos las primeras mujeres en cruzar esa carretera caminando», cuenta Loli Hurtado.

Tras la carretera, llegó la civilización y la facilidad de visitar un espacio natural sin comparación en Tenerife. Más tarde, en 1978, se construyó el actual faro de Punta de Teno. Un faro que desterró la vida idílica de Antonio Hurtado hacia visitas puntuales para comprobar que todo seguía como debía. En ese momento, se abre otra etapa en la familia Hurtado Ripoll. María reconoce que a ella la nueva torre de «ese faro no me gustó nunca». 

De este modo, se abrió otra manera de ‘vivir’ el lugar. Visitaban el faro con Antonio de vez en cuando. Hacían algunas noches, pero no era necesario pernoctar siempre allí ya que el faro era automatizado. El nieto mayor de Antonio Hurtado, Enrique, guarda recuerdos de algunas tardes de verano con su abuelo en Punta de Teno. 

«Yo creo que nosotros fuimos unos auténticos privilegiados», reconoce María. «Poder estar en este sitio maravilloso, pescar, bañarnos, hacer la comida aquí, las noches aquí eran una auténtica gozada…», recuerda satisfecha.

Las dos hermanas recorren las estancias del antiguo faro sin parar de describir y contándoles a sus descendientes -hasta el antiguo faro llegó con DAUTE DIGITAL la única bisnieta de Antonio Hurtado- cómo era su casa. Afloran los recuerdos y las paredes relatan cómo vivieron aquellos años allí. El faro les devuelve la esperanza de que la figura de su padre perviva, como el faro de Lisboa le devolvió la esperanza y alumbró la vida de Carlos Goñi (Revolver) en una de sus grandes canciones. 

«Aquí había una mandíbula de tiburón enorme y aquí estaba el despacho de mi padre, era una mesa grande. Su trabajo consistía en apuntar todo lo que pasaba: las incidencias, registros…», cuentan ambas en el lazo cómplice que solo se tiene entre hermanas. Hacen uso de topónimos para algunos lugares concretos: el banco o callao Márquez, dando auténticas lecciones de geografía de ese pequeño lugar. 

Loli hacía más de 30 años que no visitaba el antiguo faro y además la punta. María, por el contrario, ha visitado en muchas ocasiones Punta de Teno. Antonio Hurtado murió hace tres años, con 93.

Al último farero de Punta de Teno le gustaba la soledad de su profesión, una que está en peligro de extinción y que tal y como asegura José Luis González Macías en su libro ‘Breve atlas de los faros del fin del mundo’: «(…) Aunque esta forma de vida esté a punto de desvanecerse nos quedarán sus historias. Las ruinas en forma de palabras de un tiempo en el que lo técnico y lo heroico eran una misma cosa. Porque en los faros, especialmente en los faros aislados, los humanos han estado siempre a merced de la voluntad de la naturaleza». Sirva este reportaje como recuerdo imborrable de la figura de Antonio Hurtado, el último farero de Punta de Teno.