Y llegó el último día. Un día en el que la música fue protagonista desde bien temprano para que el día no se nos echara encima. También llegó la lluvia, a veces tímida, a veces con demasiado entusiasmo; pero lo mejor es que fue solo a veces. Así que, no nos paró ni la lluvia.

Desde las 11.30 horas del domingo 19 se pudo disfrutar de la catalana Anna Andreu. Su música era muy apropiada para la mañana de un domingo tranquilo. La guitarra de la artista catalana se colaba en mis oídos con suavidad y lo cierto es que me hacía sentir bien.

Acompañada de Marina Arrufat a la batería, Andreu emprendió su carrera en solitario en 2020. Sacó disco: ‘Els Mals Costums’. Cantó varios tracks de este trabajo, todos ellos suaves y melódicos que a veces iban acompañados de efectos de música electrónica. También cantó sobre el parto de una montaña, algo que explicó como quien le explica a un niño cuál es el proceso natural de la vida. Con sensibilidad. Y pienso que esto es parte del triunfo de muchas mujeres: el hecho de hacer todo con otro cariz, con otra calidez.

Su voz era mágica. Serena pero con personalidad. Puede que esa personalidad se haya curtido gracias a las influencias de Anna Andreu. Ha reconocido que su máxima influencia han sido aquellas canciones que escuchaba «cuando era niña».

La siguiente en subirse al escenario fue Djazia Satour. Con un sonido y un ritmo refrescante, la argelina subió la emoción del recinto. Cuenta con una trayectoria consolidada y sus tablas en el escenario lo demuestran. Es alegría, pero controlada y sabe animar el recinto poco a poco.

Reconozco al pueblo saharaui en muchos de los sonidos que me llegan, pero Satour es del país vecino. Sus ritmos y melodías a contra tiempo elevan las ganas de música y su voz me suena desgarrada. Me recuerda a la voz de un pueblo exiliado, dolido… es la voz de Palestina, del Sáhara y por eso sube la emoción en el recinto. 

Acompañado de tres hombres que hacen maravillas con los diferentes instrumentos que les envuelven. Me asombran esos músicos capaces de marcar el compás con la batería, pero que a la vez tocan la melodía en un pequeño teclado. Djazia tiene una gran banda y entre ellos hay una gran complicidad. Se nota muchísimo en el escenario. La argelina es una artista muy completa y versátil y lo demuestra terminando su intervención en Boreal con un blues.

La lluvia quiso fastidiar la tarde del domingo, pero no. No pudo. La argentina Lucía Tacchetti subió al escenario, con sombrilla incluida. Tiene una imagen muy personal: pelo anaranjado, pantalones de cuadros y es la única que ha usado las pantallas para implantar su último disco. Es un pack irrepetible, porque a su imagen se le suma un sonido muy personal. 

La argentina realiza electro-pop. Un sonido sintetizado, todo creado a partir de electricidad. Ahí me planteo que la música no debe ser necesariamente creada a partir de instrumentos musicales. Y entonces, llega uno de esos momentos en los que te cambia el concepto de algo. Un chasquido interior que te demuestra que hay muchas posibilidades: toca aquí, allá, da rosca a algunos botones, sube pestañas y voilá. ¡Magia! O aún mejor: ¡música!

Demuestra que no todo lo que se oye está grabado o previamente construido. Mezcla en directo y me parece el mejor momento de su actuación. Además, se le une la singularidad de su voz. Es única, nunca había visto algo así. Sus sonidos están muy cuidados y a pesar de sonar grande, pienso que su sonido sintetizado sale de una de las gotas de lluvia al caer al suelo. Es todo muy delicado. Como ella. Que se libera tras haber interpretado varias pistas y sale de su rinconcito creador para cantar y ser libre. Inigualable.

Y llegó el final. La última actuación de este décimo cuarto Boreal. Lo hizo la banda canaria Flor de canela. Una banda compuesta por cuatro mujeres. Un sonido electrónico que se potenciaba con el bajo y la batería. Además, sonaban buenas armonías en sus voces: la cantante estaba bien apoyada por el resto del grupo que hacían buenos coros.

Se notaba en ellas que estaban contentas por estar encima del escenario. A ellas sí que no las paró ni la lluvia. Se lo estaban pasando bien y se reflejaba. Subieron el nivel con un tema de corte latino que animó la tarde y dejó ver otra de sus tesituras. Tienen capacidad de transmisión y por eso se atreven con un tema en el que solo hay piano y voz de inicio. Fue una delicia escuchar todas sus voces, muy bien empastadas ya que parecían una sola. Qué delicadeza.

También se atreven con un ritmo funky y se deja entrever lo versátil del grupo. Ver a Flor de canela sobre el escenario fue un gusto porque ellas se lo estaban pasando bien. Eso se transmitió rápidamente entre el público y sus ganas se contagiaron. Se pudo ver a un grupo de amigas que se lo pasan bien haciendo música. Algo que para mí es todo un placer.

Y como siempre el Boreal no fue solo música. Desde bien temprano, se disfrutó de una ruta en bicicleta eléctrica a cargo de Fun Bike Adventures. Bisbitas e Irene León terminaron sus intervenciones pictóricas y 4bichos volvió a reunir a la familia para fabricar muñecas motanka (pertenecientes a los países eslavos).

Ha sido todo un placer cubrir un festival como Boreal. El descubrimiento de nuevos sonidos ha curtido mi oído y aunque a veces no comprenda, ni entienda lo que oigo hoy puedo decir que soy un poco más rica en diversidad. Concretamente, me llevo de bagaje (en mi mochila musical) a 12 grandes artistas de 10 países diferentes. Ya se ha demostrado que no hay nada que pare la vida de la cultura. Ni siquiera las fronteras. Nunca morirá. Ni siquiera puede pararla la lluvia.

Licenciada en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Más de una década al servicio de la comunicación