Hace algo más de un año que tengo coche. Conducir me gusta. También me gusta bastante ir en guagua, que me lleven. Flipo con la gente que no va a Punta de Teno porque tiene que coger una guagua, por ejemplo. La verdad es que conducir era uno de mis mayores miedos porque me pasé doce años sin tocar un coche desde que me saqué el carné de conducir hasta que decidí lanzarme a comprar uno. 

Creo que desde que tengo coche me cabreo mucho más: por los domingueros, por los que aparcan mal, por los guiris (a estos puedo comprenderlos a veces), por los que dudan de si por aquí o por allá, por los que consideran que el intermitente es un lujo, por los que aparcan de manera egoísta, por los que se valen de ciertos privilegios para usar su vehículo privado… por muchas cosas. 

Eso sí, lo que más me saca de mis casillas es conducir por el centro de Garachico. 

Yo no sé si ustedes -generación de mediados y finales de los 80 e inicios de los 90 del pasado siglo- recuerdan un vídeo juego llamado ‘Carmageddon’. Básicamente, y siendo uno de los vídeo juegos más violentos que he visto, consistía en conducir un vehículo con el que tenías que derrocar a tus adversarios (también en coche) y, a la vez, en atropellar peatones. Dependiendo del peatón que destrozaras te daban más o menos puntos. 

He de decir que en los últimos meses me siento así cuando voy por el casco de Garachico conduciendo. Mis deseos más primarios se sentían satisfechos en mi adolescencia cuando me cargaba a todo el que se me ponía por delante. Una y otra vez, tardes enteras atropellando gente y ganando puntos, consiguiendo mejoras para mi coche. No sé si esto sonará truculento, pero me pasaba horas y horas delante del ordenador atropellando gente. Todavía puedo escuchar esos gritos enlatados que sonaban cuando te los levantabas del piso porque sí. 

Afortunadamente para el resto del mundo, mis deseos más sangrientos se quedaron sentados en la silla del escritorio de mi ordenador. No pasé de la pantalla a ser una auténtica kamikaze. No afloraron en mí deseos de sangre, ni me convertí en noticia por asesinar a mi familia atropellándolos. Todo quedó en una etapa hormonal en la que ‘Carmageddon’ era mi mayor entretenimiento más allá del baloncesto en la vida real. El vídeo juego estaba basado en películas como ‘Mad Max’ o ‘Death Race 2000’. 

Pues tanto ha cambiado el panorama que ahora tengo que hacer esfuerzos por no atropellar a la gente que deambula por el casco de Garachico. Sí, deambular. Porque a veces no saben ni dónde están, es la sensación que me da. Y otra sensación que me da es que las normas de circulación son solo aplicables aquí. A muchos peatones les dan exactamente igual los coches, se la suda. 

Evito sistemáticamente pasar por esas calles. Me pongo de muy mal humor ver cómo a cada instante tengo que frenarme porque alguien se para a sacar una foto, decide no transitar por la acera, cree que puede tener una conversación en medio de la carretera, piensa que una esquina es buen sitio para dejar el coche e ir a entregar una mercancía, porque los rebaños de turistas son de tal envergadura que no caben en el ancho de nuestras estrechas y coquetas calles, porque alguien sale del supermercado y cruza sin mirar, porque hay camareros que se juegan la vida para servir a sus clientes o simplemente porque el panorama es de una estampa tan idílica que piensan que por allí solo van unicornios sobre las nubes. 

La peatonalización del casco de Garachico es urgente. O perdón. Regular el tránsito, tanto de peatones como de vehículos, en Garachico es urgente. Creo que así no se me queda nadie fuera. ¿Es complicado? Mucho. ¿Es necesario? Mucho más. 

Desde mi punto de vista, Garachico no da más abasto. Nos estamos engullendo a nosotros mismos. Y se está reflejando cada día más en nuestros recursos. Tenemos, pero no para los miles que nos visitan cada día. Así al menos no. Creo que lo que está pasando en Tenerife, con la masificación de los espacios, se refleja también en nuestro municipio. 

Quizás sea cuestión de tiempo, porque ya sabemos que es el primer año con la libertad plena y absoluta. Pero pienso que de alguna manera hay que gestionar a todos estos visitantes y lo que generan. 

«Desde mi punto de vista, Garachico no da más abasto»

No quiero volver a presenciar escenas como la que viví la semana pasada -finales de agosto y en Garachico no cabía ni un alfiler-: una madre con sus dos hijas cayendo a la acera del antiguo campo de fútbol, por recular para evitar ser atropelladas por un coche en la avenida. Que no olvidemos que es una carretera general de interés comarcal y en la que el Cabildo Insular de Tenerife tiene todas las competencias. Por el interior del pueblo, competencia municipal, tengo nociones de que el Ayuntamiento de Garachico está tomando algunas decisiones para mejorar esta situación. No obstante, creo que llegan tarde. 

El crecimiento de Garachico, en cuanto a visitantes, se viene fraguando desde principios de la década pasada. Así que creo que se ha fallado en previsión y planificación en muchos aspectos. Esto se nos queda pequeño porque somos un municipio turístico que recibe miles de visitantes diarios pero continúa con un presupuesto de apenas cinco millones de euros.

El desequilibrio trae el descontrol y rompe la sostenibilidad, a todos los niveles. No achaquen sostenibilidad al medio ambiente, al color verde o mi vinculación a FICMEC u otras labores profesionales estrechamente relacionadas con el medio. La sostenibilidad es necesaria en todos los sentidos. Apliquémosla. 

Les dejo, me espera una partida al ‘Carmageddon’. 

Licenciada en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Más de una década al servicio de la comunicación