Buenavista del Norte. Año 1960. El hecho de ver a un extranjero por este territorio en aquellos años era raro. Verlo en falda escocesa, más raro todavía. Así llegó Ronald Mackay a Buenavista del Norte. «Decidí quitarme la falda porque para los buenavisteros era algo que no entendían: un hombre con falda», asegura.

Mackay llegó a Buenavista del Norte desde el Puerto de la Cruz. Canarias era una simple parada hasta su destino inicial: Argentina. El azar quiso traerlo hasta la Isla Baja porque había trabajo en las plataneras. Tenía 18 años y no hablaba español. Se ganó el apodo o sobrenombre de ‘el extranjero’. Aunque Don Eduardo El Juez prefería llamarlo Orlando sin conocerse muy bien el motivo.

Mackay, procedente de Escocia, ‘aterrizó’ en la pensión Méndez o más popularmente conocida en la época con La Fonda. Doña Lutgarda, regente de la pensión, le permitió quedarse durante cinco noches. «Tenía dinero para cinco noches, pero al final esas cinco noches se convirtieron en un año», explica el escocés.

Se integró a la perfección en Buenavista del Norte convirtiéndose en un extranjero reconocible por la gran mayoría de los vecinos y vecinas del municipio. Caminó por muchos lugares, visitó los confines de la localidad que en esa década eran, aún más si cabe, confines de verdad: Teno Alto, Punta de Teno o el Valle de El Palmar.

Todo su periplo buenavistero durante un año está recogido en un libro: ‘A Tenerife con cariño’. Primero fue publicado en inglés y más tarde se tradujo en español. El libro es un auténtico testimonio escrito y fotográfico de la Buenavista del Norte de los años 60. Vivencias, personajes, maneras de proceder en la vida cotidiana e imágenes, muchísimas imágenes de vecinos y paisajes, se encuentran en 181 páginas.

Mackay hace una radiografía profunda de la sociedad buenavistera a través de las anécdotas del día a día: el cortejo entre hombres y mujeres, el papel de estas en la sociedad, los trabajos llenos de esfuerzo físico, el aislamiento de determinados núcleos buenavisteros en esa década, el desarrollo de la dictadura franquista en un municipio de estas características o los niños y niñas de la época.

El escocés dejó un trozo de su corazón y su alma en Buenavista del Norte. Se marchó en 1961 y no volvió hasta 35 años después, en 1995. Se reencontró con la gente, con Doña Lutgarda, con La Fonda y con una Buenavista del Norte modernizada: con agua corriente, suministro de luz, asfalto y carreteras en condiciones.

Sin embargo, para Ronald Mackay en Buenavista del Norte todavía conviven los buenos valores familiares y de convivencia. Viene siempre que puede de vacaciones y en una de esas visitas este periódico no quiso dejar pasar la oportunidad de hablar con aquel extranjero que se convirtió en un buenavistero más a pesar de llevar falda, de no hablar español y de haber llegado por casualidad.