Después de mi primer día en Boreal, tomé plena conciencia de que estaba en medio de la cobertura de un festival. Y lo hice por la diversidad de actividad que me encontré por la tarde de este jueves 16 de septiembre. No fue una condena entendida de manera literal, pero sí que es cierto que la conciencia te obliga a aterrizar.

Aterrizamos en el auditorio de Los Silos, donde Bisbitas está realizando un mural durante todo el festival. Es enorme y colorido. Tiene como función representar el empoderamiento de la mujer y a esto se les unen las circunstancias personales de sus integrantes: mujeres, madres solteras y artistas. Todo eso les une y han querido representarlo. El resultado se verá al final del festival.

Pero, ¿cuánto tiempo estará ese mural en pie? «Qué pena que este espacio esté condenado», se dijo. Y entonces aterrizó nuestra conciencia. Porque mientras estás obnubilado en medio de esos colores y pinceles no piensas en las condenas: el auditorio de Los Silos lleva esperando un cambio mucho tiempo. Sería una travesura del destino que justo después de pintar este mural llegara la financiación que se anunció en 2016 y lo echaran abajo. 

«Qué pena que este espacio esté condenado»

Mientras, Fran Torrents impartía el taller de cuaderno de campo en medio de la naturaleza cercana que brinda un municipio como Los Silos. Toda una suerte. Esa conciencia no es una condena, para nada. Es aprovechar todo lo que nos rodea. Y así también lo hacía Can-Bio Diversity con su taller de jardinería coherente. Nuestra conciencia nos obliga a ponerle un apellido a algo que debería ser así por sí mismo. ¿Por qué? ¿No debería ser todo siempre coherente?

Para aportar aún más coherencia, se celebraron tres microcharlas (20 minutos cada una) sobre cambio climático a cargo de Claudia Asensi, transición ecológica con Jaime Coello y economía circular gracias a Jéssica Cámara. Sus conciencias nos condenaron a ver cómo el planeta sufre ya su propio castigo. Masificación, calentamiento global, extracción masiva de recursos, corta vida de los productos, diversificación necesaria de la economía… golpearon el mazo como un juez, con un arsenal de datos y dictaron sentencia: hay que cambiar de modelo.

Pero mi conciencia despertó más aún de mi sueño profundo esta mañana. Jaime Coello, de la fundación Telesforo Bravo-Juan Coello, puso de ejemplo a Justin Trudeau, presidente canadiense, que ha propuesto limitar la compra de segunda vivienda por parte de extranjeros en Canadá. No caben más: ni gente, ni viviendas.

Coello extrapoló esto a Tenerife donde somos alrededor de un millón de habitantes y recibimos cinco millones de turistas al año aproximadamente. Nuestros recursos no alcanzan para todos. Sin embargo, al despertarme esta mañana leo estos titulares: Unanimidad en la demanda de la obra de la nueva terminal de Tenerife Sur antes de 2026; Los alcaldes del Sur exigen a AENA que inicie la nueva terminal antes de 2026Solo un dato: la población mundial alcanza ya las 7.800 millones de personas.

Me escapo, tan solo físicamente. La conciencia a veces es flexible con la condena. Me voy de nuevo al auditorio para el taller de primeros auxilios a fauna marina. Mi conciencia me sopla: «es lo más práctico que he visto en mucho tiempo». Virginia Díaz, de Rumbo Ziday, explica cómo desenredar a una tortuga de redes y mallas y «ya se están viendo también mascarillas». Todo un golpe de realidad.

Cuando ya pensaba que mi conciencia iba a dejar de estar condenada, llegó Aranza Coello, de Burka teatro, con el estreno de un monólogo teatral que demostró una vez más lo maravillosa que es como actriz. Llenó el escenario con sus brazos abiertos, en un ejercicio de comunicación no verbal insólito. Pasó por varios estados de ánimo para explicarnos que los apellidos (como el que le puso Can-Bio Diversity a la jardinería) muchas veces no sirven de nada. No te identifican porque los flujos migratorios han hecho su trabajo: han producido diversidad y multiculturalidad.

Tanto que en Filipinas hay personas con el apellido Tenerife y en Tenerife no hay nadie con ese apellido. Curioso. Como también lo es que los prostíbulos del siglo XVI en Cuba eran famosos por las mujeres canarias migradas allí y que ejercían la prostitución. «Debían ser muy buenas en su trabajo», dijo. Coello no es la primera vez que trata la migración desde el punto de vista femenino en su actividad teatral: ‘La batalla’, es otra obra acerca de esto. También muy recomendable.

Nuestra conciencia nos susurra que todo movimiento migratorio se realiza con el fin de mejorar. Ella lo dejó claro repitiéndolo incesantemente a un libro o un cuaderno al que expulsó de sus entrañas al inicio del monólogo. Habla también de cómo el egoísmo hace su tarea en cada uno de nosotros. Todo esto en un despliegue enorme de capacidad de relacionar un tema con otro y su conciencia se siente culpable, se condena y se justifica como persona. No quiere ser juzgada, como ninguno de nosotros. Pero sabe que el público, sin hablar, solo con su mirada ya lo está haciendo. Y esta es otra condena de la conciencia. Si tienen oportunidad de verla, háganlo.

Y llegó la música: Verde Prato 

La noche terminó con el primer concierto de este décimo cuarto Boreal. Verde Prato, cantante vasca, se subió al escenario con su piano y su pedalera. Se encendió una luz roja y mi conciencia se apagó. Entonces, salió humo, sonó su piano y cantó. Siento mi naturalidad, pero lo único que pudo salir de mi boca fue un chos. Sus notas agudas, acompañadas de todo el ambiente creado me elevaron. Me abstraje y por muy inusual que sonara en mis oídos, me fascinó.

Verde Prato es el proyecto personal de Ana Arsuaga, natural de Tolosa. Acaba de sacar disco y es fiel a los sonidos del folclore vasco. Los interpreta, pero no los destruye. Es pura evolución. La tesitura agradable de su voz, con notas muy agudas, me tenían sorprendida. Pero más sorprendida me quedé cuando entonó unos graves que jamás pensaría que saldrían de su garganta. Qué espectáculo y qué capacidad de cambio.

«La grandeza del arte es lo que nos hace realmente libres»

Su dinámica musical se basó en la pedalera: con ella grababa patrones musicales que se repetían para ir haciendo la melodía con su voz. Maravillas de la música, ya que así parecía que ella no estaba sola. La acompañaban los acordes grabados y la posibilidad de añadir o quitar esos elementos.

Agradecí escucharla y conocer su música porque con ella mi conciencia no me condenó a nada después de una tarde llena de ‘castigos’, de cruda pero necesaria realidad. Ahí está la grandeza del arte: nos hace realmente libres.

Licenciada en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Más de una década al servicio de la comunicación