Las fugas: efímera visión

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Foto: Ayuntamiento de Los Silos

La tormenta amenaza. Los vientos hacen crujir ventanas. Su ulular, largo silbido de agonía, se cuela por las rendijas.

Barre nubes de negruzca capa. Se retuerce por los barrancos. Se enreda entre los árboles sedientos.

Arrastra palabras, pensamientos, sinsabores…

La tormenta pasa. Las horas interminables se vuelven remanso.

El acantilado de La Culata aparece resplandeciente. Parece que el sol reposa entre sus rocas o bebe el agua que baja buscando el mar.

Las lluvias han acariciado al fin la tierra y ahora las fugas saltan enloquecidas desde los altos desfiladeros o por las paredes escarpadas.

Espinosa, la Señora, el Risco, los Poyos, Pina… Se precipitan montaña abajo. Piruetean como bufones líquidos y se retuercen desvelando secretos en las rocas. Juegan con las ráfagas virulentas que deja el viento. Parece que nos hablan.

El correr de las fugas es como la risa desbocada de la alegría, como el amante que corre hacia el amor, imparable hacia un mar que espera el beso dulce.

Pasará tiempo hasta que los barrancos vuelvan a correr. Crecerán cañaverales, tabaibas o basuras en sus cauces. La belleza muchas veces la tapan las costumbres humanas de derramar lo que no quiere por cauces o parajes abandonados.

Olvidamos que el agua es necesaria, como el aire, como la vida. La dejamos correr, ir hacia un mar que, aunque la espera, no la necesita.

Dejamos que pase todo a nuestro lado.

Las fugas nos regalan efímera belleza y nos podrían dejar la riqueza del agua depositada en embalses.

Mas, como decía Machado, «todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar…»

Pasar mirando, bebiendo el agua, la belleza, los momentos. De otra manera no pasamos, nos quedamos quietos, mudos, ciegos.