El rayo

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A V.M., amigo y agudo crítico.

Un día me contaron, cuando era pequeño y aún creía que las fantasías de los cuentos también pasaban en la realidad, que un rayo había sido el causante de aquella caverna extraña que en la costa comunicaba el cielo con el mar. Según se vaya mirando o rodeando parece que los azules del mar y el cielo se encuentran allí dentro cautivos.

Y podemos imaginar miles de historias frente a ese paisaje. Un hombre que medita, unas mujeres que husmean entre los callaos buscando burgados, un mocetón dorándose en la roca cual lagarto olvidado de la hora, una joven dejando que el viento peine sus cabellos… Un cangrejo extrañado.

Más ante la belleza casi salvaje, luchando contra la civilización devastadora, uno se pregunta qué hacemos sobre la faz de la tierra. El poder y la naturaleza humana se empequeñecen ante la belleza de la piedra negra, la tierra casi dorada y los azules refulgentes a veces adornadas de ribetes de olas o de nubes vagabundas. El hombre y la mujer son diminutos frente a la grandiosidad del paisaje.

Allí las ideas son más nítidas, como si nacieran de fuerzas telúricas y puras.

El rayo siempre me evoca personajes que lucharon por la libertad. Es un lugar donde el alma puede sonreír y sentir que aún hay esperanzas.

Entonces, la idea de que un dios despistado, enfadado por la torpeza humana, lanzó con su mano divina el fuego fulminador contra la tierra viene a mi mente.

Sonrío… Vuelvo a vivir en un cuento.