– Este 2022 se cumplen 30 años desde que empezara con Los Músicos de Su Alteza. ¿En qué momento decidió empezar esta andadura?
Desde que era estudiante me gustó siempre hacer música con otras personas. Toqué con mucha gente e incluso fundé algún otro grupo antes de fundar Los Músicos de Su Alteza. Esto sucedió ya cuando regresé de Bolonia (Italia), con mi doctorado debajo del brazo, y con muchas ganas de recuperar grandes obras de la música histórica hispánica.
Desde entonces el grupo ha crecido, se ha ido transformando, y, sin abandonar ese espíritu «explorador» de los orígenes, ha incorporado a su repertorio la gran música internacional de los siglos XVII y XVIII (incluso ocasionalmente XIX), desde Monteverdi hasta el Clasicismo vienés (Haydn, Mozart, Beethoven), con una dedicación especial a Bach, de quien este año hemos hecho nuestra primera ‘Pasión según San Mateo’, gracias a que disfrutamos de residencia en el Auditorio de Zaragoza.
– Interpretan música del barroco en pleno siglo XXI, ¿fue difícil introducirse en el panorama musical?
Siempre es difícil hacerse un hueco en el panorama musical, a cualquier nivel. La receta para conseguirlo es realizar un trabajo serio, honesto, con la mayor preparación y estudio, buscando conseguir un resultado interesante y emocionante para el público actual y con la humildad que te debería proporcionar la conciencia de que somos intérpretes de obras que escribieron otros, hace siglos, y que debemos intentar hacerles justicia en la medida de nuestras posibilidades.
«Siempre es difícil hacerse un hueco en el panorama musical, a cualquier nivel»
Hace falta mucho trabajo (y nosotros lo hemos hecho en estos treinta años, y seguimos cada día, porque durante la mayor parte de los años hemos carecido de ayudas o subvenciones) y es bueno tener algún pequeño golpe de suerte, necesario sobre todo para entrar en los circuitos internacionales. Hemos trabajado y trabajamos a conciencia, y de eso me siento muy orgulloso.
– Realiza una importante labor de rescate. ¿Sienten que ‘cargan’ con la responsabilidad de dar a conocer al gran público algo que estaba en el olvido?
Somos los transmisores de unas obras artísticas antiguas, que por sí solas no pueden ser disfrutadas, al público actual, y hemos de hacerlo sin traicionar a las obras, ni al público. Desde luego, se trata de una considerable responsabilidad, porque muchas veces está en manos del intérprete que una obra del siglo XVII o XVIII sea recibida hoy bien o mal, que sea considerada una joya o algo mediocre.
Hoy existe, por parte de muchos festivales e instituciones, un afán por promover las «recuperaciones históricas», que es muy loable y necesario, pero que puede tener malas consecuencias a veces. Por ejemplo, cuando se recuperan obras mediocres que sería mejor que siguieran olvidadas; o cuando se ofrecen malas versiones de obras grandiosas, obras que por tanto podrían ser mal consideradas por su deficiente transmisión; o por ejemplo, cuando el afán por recuperar obras «nuevas» impide que grandes composiciones pasen realmente al repertorio, pues parece que una vez hechas ya no se pueden repetir en años, se queman.
Esto es peligroso de cara a poder crear una conciencia justa del valor de nuestro patrimonio musical histórico y a disfrutar intensamente del mismo.
– Tiene una doble faceta: investigador e intérprete. A nivel individual, ¿en cuál se siente más cómodo?
Creo que, al menos en mi caso, se trata de dos caras de la misma moneda. Son trabajos que considero inseparables: dentro del proceso de investigación en música histórica la práctica es una parte inexcusable; y a la vez, como músico que se dedica a música histórica, la investigación en las fuentes musicales y muchas otras cosas es imprescindible.
Tengo la suerte (o quizá debería decir que he tenido el empeño) de haberme formado en los dos campos, investigación e interpretación, y en ambos me siento cómodo y en ambos disfruto, aunque no de la misma manera, obviamente.
Lo que me importa de verdad es la música, hacer música; la investigación es, por así decirlo, una «ciencia auxiliar» para poder recuperar música desconocida y para hacer música histórica con argumentos sólidos, no solo con la pura intuición (que también es necesaria, naturalmente).
– Cierran la décimo séptima edición de un ciclo musical, ¿qué expectativas guardan de los Caprichos Musicales?
Nos hace mucha ilusión venir a este festival. Estamos más acostumbrados a participar en festivales, ciclos o programaciones estrictamente de música antigua o al menos de música «clásica». Nos ilusiona especialmente formar parte de una programación tan variada como la de los Caprichos Musicales, con música de muy diferentes géneros. Me parece que es un buen planteamiento.
Para participar hemos preparado un programa de música española e italiana de iglesia del siglo XVII, música basada sobre todo en la palabra y en el afecto, pero en la que conviven influencias musicales cultas y populares de muchos lugares, incluso de América y de África. Esperamos que guste al público de los Caprichos Musicales.
Aparte de todo esto, para las gentes «de secano», como es mi caso (que soy de Zaragoza), venir a las islas, a un marco tan extraordinario, es siempre el mayor de los placeres.