Se hace harto complicado reunir en un texto -aparentemente líneas trazadas sin más- tantas emociones concentradas en un tramo de apenas 48 horas. Yoko Senegal ha sido una de las experiencias más enriquecedoras de mi vida. Compartir se ha convertido en un verbo amplísimo. No solo por visitar un país nuevo, con gente nueva, nuevas costumbres o un suelo desconocido. Hay que sumarle la experiencia de 15 jóvenes que eran prácticamente desconocidos para mí.

Joel, Ancor, Manuel, Damián, Bárbara, Adrián, Miguel, Celia, Davinia, Agoney, Fernando, Marcos, Martín, Nicolás y Silvia no volverán a ser los mismos. Ni siquiera yo volveré a ser la misma a pesar de haber sobrepasado ya la treintena. Ellos y ellas están en plena efervescencia adolescente, un período en el que se termina de conformar la identidad de cada uno y estoy segura de que esta experiencia será determinante para esto.

Desconozco si en Bambey están acostumbrados a recibir la visita de un grupo de blancos que tocan instrumentos y hacen música que no han escuchado en su vida. Solo espero que la experiencia haya sido igual de enriquecedora que para nosotros. Porque nos han recibido con los brazos abiertos y el idioma no ha sido ninguna barrera. Los chicos y chicas la han saltado muy por encima, no solo con la música, sino también con el acercamiento en los momentos más distendidos y de socialización.

Era sorprendente ver cómo dos culturas se mezclaban sin pudor. Entendiéndose con miradas, gestos, música y danza. Estos dos últimos códigos se volvieron básicos en la visita a Bambey.

Si hay algo que caracteriza al continente africano es su diversidad cultural y una riqueza musical sin parangón. Les corre por las venas y por ese carácter visceral no es necesario una partitura para explicarles que el tajaraste o la música europea se miden en un compás determinado. Es simple y a la vez complejo, porque las emociones son complicadas de explicar y traducir. Ellos las describen con el cuerpo, con un baile frenético y adornado de desparpajo y picaresca.

La tradición musical canaria se mezcló con la senegalesa. También hubo tiempo para la música más vanguardista con un concierto de Hermanos Thioune, los auténticos adalides de la sociedad en Bambey. Guardianes de la cultura, de la infancia y de la integración a través de la música.

Nunca se les podrá devolver la labor que hacen en un pueblo que nos sorprendió por estar colmado de risas y juegos de niños y niñas en calles de color ocre. Por la cercanía de los que te piden que le hagas una foto para tan solo ver su reflejo en la pantalla de la cámara. Por la curiosidad de tocarte la piel, porque la ven diferente; de tocarte el pelo porque lo ven diferente; de mirarte distante hasta que tiendes tu mano, te la agarran y ya no te la sueltan aunque el intenso calor haga que se resbale.

Nos hemos sumergido sin prejuicios y hemos buceado en sus casas, sus calles, su música y su baile. Todos y todas han conseguido integrarse, los de aquí y los de allá. No ha habido diferencias porque las distancias son solo números y nos fuimos hasta Bambey sin calculadora.

Hablábamos de choque cultural porque es muy esclarecedor ver cómo viven en un pueblo como Bambey o ver el tránsito de las calles de Dakar. Creo que todo ser humano debería viajar alguna vez a algún lugar como este. Simplemente para conocer la realidad de otros territorios, simplemente para valorar la vida tan cómoda que tenemos y la sencillez con la que viven.

Seguro que ya no volveré a quejarme tanto del calor húmedo de aquí, de si el suelo no es estable, de si tengo un roto en una camiseta o de si el agua se calienta rápido. Porque quejarse solo te aleja de la felicidad y es bastante probable que por eso ellos y ellas sean tan felices. Porque no hay espacio para la queja.

Licenciada en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Más de una década al servicio de la comunicación