Yoko Isla Baja ha querido sembrar la semilla de la fusión musical en la comarca. Fusión. Ese concepto que se comenzó a escuchar en términos musicales desde hace aproximadamente unas dos décadas: flamenco-fusión, jazz-fusión, folk-fusión o incluso África-fusión, que toca más de cerca por el tema a tratar. 

Quizás, fue una semilla dispersa que solo alcanzó a aquellos que por determinadas circunstancias demográficas o familiares tuvieron la fortuna de sembrar y regar. Yoko Isla Baja no ha querido tirar semillas por el campo de la Isla Baja, a ver si pega. Ha ido a un campo fértil y ya cosechado en música, con una trayectoria tan amplia como la del concepto fusión y que más temprano que tarde dará sus frutos musicales. 

El alumnado de la Escuela Comarcal de Música Daute-Isla Baja ha tenido el placer de asistir a varios talleres impartidos por Khaly Thioune en los que la fusión y la música senegalesa han sido las protagonistas. Cuatro talleres diferentes para cuatro disciplinas grupales: coro, instrumental, banda y percusión. DAUTE DIGITAL ha vuelto a disfrutar de algunas de estas sesiones recopilando algunos momentos musicales mágicos: por la espontaneidad del alumnado, por la sinergia con Thioune, por la capacidad de transformación y adaptación del alumnado y por la riqueza de la diversidad musical. 

Varias disciplinas instrumentales se dieron cita en ‘Khaware’: viento metal, viento madera, voces y piano, que está dentro de la familia de la percusión aunque muchos no lo crean. Esta heterogeneidad se dio también en los músicos: jóvenes, mayores, mucho más jóvenes, mucho más mayores, hombres, mujeres, músicos experimentados, menos experimentados… pero todos a una gracias, una vez más, a Khaly Thioune que fue la personificación de la fusión. Una partitura guiaba a los músicos, pero en un momento dado de la sesión fue eliminada esa ‘barrera’ para dar paso a la improvisación. Y entonces, comenzaron los trucos de magia: un solo de un joven saxofón sonó vigilado por la mirada de una madre pianista que admiraba la capacidad improvisatoria de su hijo. 

Aunque el verdadero truco de magia es la facilidad con la que Khaly Thioune hace que todo funcione, que todo se acople. Y entonces sonríe: un síntoma de que todo va bien. Y dice: «esto va teniendo color». ¿Qué color? El de la fusión. Un color desconocido pero cercano a todos y cada uno de los que allí se encuentran. Porque… qué es Canarias si no fusión. ¿Qué puede significar que en medio de la partitura los coristas canten parte de la letra de una canción canaria?

De idéntica manera ocurre en la siguiente sesión en la que la percusión es la protagonista. ‘Woulaba’ deja aún más patente cómo Canarias lleva en la sangre el ritmo de África, de América y de Europa. El alumnado, esta vez también muy diverso, sigue los pasos marcados por Thioune y en las miradas de concentración para no perderse ni un ápice, se intuyen las ganas. Esas ganas por adentrarse en otros mundos y traspasar las fronteras físicas sin moverse de la silla. Tan solo golpeando una y otra, y otra, y otra vez la piel que viene del continente más cercano. 

Khaly Thioune tiene una pila inagotable. Sigue pidiendo más y más. «Sin miedo», grita. Porque los miedos solo ponen límites a todo. Y mete ritmos a contratiempo. Ese tempo en el que los occidentales piensan que vive África. No es así. Van al mismo compás que el resto, pero con lastres. Porque las corcheas, los silencios y las intensidades se viven igual en África que aquí. El lenguaje universal de la música lo está demostrando diariamente con el desarrollo de Yoko Isla Baja. 

Se continúa con una tarde intensa. Es el turno del coro: ‘Coralou Senegal’. Este grupo es más homogéneo y se nota que está unido con anterioridad. Los jóvenes se ponen a disposición de Khaly Thioune quien sigue pidiendo energía. El alumnado parece tímido de inicio, pero Thioune se encarga de que entren en calor fácilmente. Comienzan a desaparecer los suéter y chaquetas porque además de cantar, bailan. Cantar sin bailar no se entiende en África, así que mientras entonan la letras comienzan a dar los primeros pasos de baile. 

La madurez y el sentido común de este grupo de adolescentes y preadolescentes se sienten en cuanto piden al senegalés que les traduzca la letra de la canción para poder interpretarla mejor. Y lo miran con respeto y admiración, con esa sensación de referencia. Con toda seguridad, Khaly Thioune será recordado para siempre en la comarca de la Isla Baja.

Pero si hay algo que ejemplifique la fusión, ese color intangible, es uno de los talleres en los que la banda juvenil de la escuela comarcal es la protagonista: ‘Clásico África Beethoven’. Como se podrá intuir es una mezcla de música clásica con africana que de inicio puede chirriar, pero lo que no consiga Khaly Thioune… 

El senegalés se pone al frente de una pequeña pero enérgica banda musical. Tiene de ayuda a Víctor Pérez con su clarinete. El director de esta banda no tiene batuta, sino baquetas y tambores africanos con los que marca el compás. Al igual que lo hace la alumna que toca la batería y que le sigue con el bombo. Y entonces, otra vez magia: suena una de las composiciones más famosas de Beethoven. Se espera que a los lectores se les venga a los oídos la sinfonía número 5 del alemán aderezada con un compás africano. Ahí está Khaly Thioune rompiendo los moldes de la música moderna, al igual que lo hizo Beethoven a finales del siglo XVIII saltándose todos los esquemas del Clasicismo. Eso sí que es fusión. 

Existe un trabajo previo de adaptación. No es improvisación. Se nota en las partituras escritas a lápiz, como cuando el alumno escribía por primera vez en su bloc de pentagramas y definía qué caligrafía tendría, pero a nivel musical. ¿Notas más estiradas y estilizadas o semicorcheas muy redondas que no casaban con su corta duración temporal? Sea como fuere, una vez más, la música es un lenguaje universal para los afortunados que saben leer una partitura sin detenerse. 

La fusión fuera de las aulas 

La fusión, como ya se ha mencionado, traspasa fronteras. Yoko Isla Baja ha querido salir de las aulas. Porque la fusión es tan grande como el código Pantone. Por eso, el público general también ha podido acercarse a la cultura africana a través de un taller de danza afrocontemporánea impartido por Florencia Monasterio Carbó. 

Los inscritos se agrupan en círculo en torno a Florencia que comienza un período de despertar del cuerpo y para ello es necesario cerrar los ojos. Es viernes y este taller es ideal «para echar fuera todo lo malo de la semana», dice con una sonrisa en la cara. A los 15 minutos del taller ya están bailando. 

Empiezan a realizar movimientos más enérgicos, se combinan las piernas con las manos y también la cabeza. No queda ni un rincón del cuerpo por moverse. Hay gente de todas las edades y entre todos destacan los más pequeños, quienes son todavía más espontáneos pero no pierden el compás ni las indicaciones de Florencia. Es inevitable no contonearse aún estando fuera del taller gracias a los dos percusionistas que no pararon ni un segundo de tocar y que cumplieron un papel importantísimo dentro del taller. 

En definitiva, y después de la experiencia, África estará por y para siempre en los sentidos de la comarca de la Isla Baja. Y esto es solo el principio.