El verde es el color de la esperanza. No sabemos por qué. O al menos yo no lo sé. Tendrá razones para serlo al igual que habrá algún motivo para que sea el color del uniforme de la benemérita. Lo que sí sé es que las letras se han teñido de verde esta semana en el valle de El Palmar de Buenavista.

Y no porque hayamos cogido un tinte. Sino porque por el núcleo buenavistero han pasado alrededor de 15 escritores de literatura de naturaleza gracias a la primera edición de Letras Verdes. A ese número hay que sumarle las cientos de referencias hechas a autores relevantes en esta disciplina. Desconocida, pero apasionante y natural (como no podía ser de otra manera).

Natural es todo lo que nos rodea, según César Javier Palacios -ponente de esta primera edición-. Aunque estemos en medio de la urbe. Este encuentro ha dejado patente la importancia de conceptos como ruralismo, ruralidad o naturaleza y compartirlo a través de la literatura.

Se ha hablado de aves, de territorio, de humanidad, de mujer rural, de la naturaleza como fuente de inspiración y se han compartido experiencias alrededor de este binomio que ha enganchado a supuestos ‘bichos raros’. Aunque, sinceramente, a veces pienso que los ‘bichos raros’ somos la mayoría.

Uno de los principales objetivos del encuentro ha sido compartir. Algo que hemos echado mucho de menos y es algo que nos pesa. Ahora lo disfrutamos incluso a través de la mascarilla. Y de lo que más se ha disfrutado es del factor humano: Carlos de Hita, Antonio Sandoval, Ander Izagirre, Carlos Lozano, Verónica Pavés, Maite Durán, Juan José Ramos, Antonio Aguilera, César Javier Palacios, Fran Torrents, María Guerrero, Ernesto Rodríguez Abad, Ángel Mallorquín y Adrián Flores.

Puede que desconozcamos el color de la esperanza o cuál es el motivo por el que lo definimos con el verde. Quizás porque es el color del perfil de Baracán o porque aquí, en este valle, la paleta de colores está llena de variedades de verde. Sea como sea, la literatura de naturaleza es esperanza. Sea del color que sea. Porque leer este tipo de narrativa puede salvarnos de nosotros mismos y a todo lo que nos rodea.


«Y el sol jugaba a esconderse entre esas montañas que me tenían perpleja. Ni una mancha blanca en el azul. Solo el verde producto de un otoño caudaloso. Y esas siluetas gigantescas… escondite, al vaivén, del sol. Nueva curva en la general… y entonces aparecen los tímidos pero fulgurantes rayos de Lorenzo. Se funden con las siluetas gigantescas. Una curva hacia la izquierda y en esos segundos, en ese corto período, el solo deslumbre pero de un modo especial. Solo lo hace así por las verdes montañas. Únicas seguro en el mundo y están a diez minutos de mi alcance. Hoy, la Tierra, escrita con mayúsculas, me hizo sentir bien. Gran sensación natural en el noroeste, en la comarca deprimida, en la esquina de la Isla con más parados de larga duración, con una alta tasa de desempleo, pero con un patrimonio medioambiental que al contemplarlo te olvidas de lo que hay a tu alrededor».

Licenciada en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Más de una década al servicio de la comunicación