Hace alrededor de veinte años, a la hora del mediodía, al pasar por Garachico veíamos a numerosos visitantes con pequeñas cajas de cartón cuando salían de las guaguas: contenían un tentempié. Con paso ligero, deambulaban por los rincones más llamativos del pueblo, terminando en alguna plaza para tomar el refrigerio que le habían preparado en el hotel. Por lo general, venían a la isla a coger sol y con todo incluido, pero ellos necesitaban zambullirse y conocer el ambiente del norte, y de manera especial de nuestra comarca.
Unos años más tarde, el número de guaguas disminuía, pero la cantidad de coches de alquiler aumentaba. Los visitantes tenían la posibilidad de dispersarse por las distintas localidades de la zona. Además del paisaje monumental, venían por la riqueza paisajística y gastronómica. Resurgía un turismo autónomo. El visitante interactuaba con los ciudadanos de nuestros pueblos y localidades. Ellos ya venían con itinerarios y lugares concretos a visitar. Las guías y las recomendaciones ayudaban a eso; incluso, eran capaces de modificar, cuando los vecinos de la zona ofrecían sugerencias de algunos restaurantes, rincones, playas y monumentos; cuando se les preguntaba.
Recorrer los entresijos de la comarca de Daute tiene su base en los viajeros que nos visitaron. La planificación, la observación y la búsqueda se mezclaban. Desde hace muchos años, nuestra zona ya era un destino sugerente. Sigamos viendo algunos ejemplos.
Al principio del siglo XIX, G. H. Langsdorft intenta situar los focos de la gran erupción de Garachico: «El que destruyó el puerto de Garachico está a cinco horas de La Orotava. Las tres aberturas hechas por la lava en Las Cañadas, se hallan situadas una tras otras —dando datos muy precisos de una de ellas—. La mayor de esas aberturas tiene mil doscientas pasos de circunferencia y su margen, mil trescientas toesas —medida francesa que equivale a casi dos metros— sobre el nivel del mar. No hay posibilidad de descender a él» (1).
A finales del siglo XVIII, A. P. Ledru visita la isla y hace un estudio cuantitativo de la mayoría de los pueblos de la zona. De su libro Viaje a la isla de Tenerife (1796) recogemos las siguientes anotaciones: «Garachico era en el siglo XVII uno de los puertos más ricos y frecuentado de Canarias. Una población numerosa y un comercio floreciente animaba esta ciudad. La inundación de 1645 y la erupción de 1706 destrozó sus campos…» (2). A continuación, pasa por San Pedro de Daute y El Tanque, siguiendo en dirección al oeste: «El pueblo de Los Silos contrasta agradablemente con los desiertos áridos que lo limitan por el este. Su suelo, bastante bien regado, produce vino, frutas, algo de caña de azúcar y contiene varias salinas» (3) —continuando su narración hacia el Oeste—.«Buenavista limita la costa noroeste de Tenerife y goza de una vista magnífica en un llano que Ceres y Baco han tenido el gusto de embellecer». (4)
En el año 1809, después de terminada la Guerra de la Independencia, llegó a Canarias un contingente de presos que se distribuyeron por las distintas islas y comarcas. Sobre esta situación recogemos lo siguiente: «En Güimar, otra agradable villa al sur de la isla, o en Garachico, que tan gravemente asoló la erupción volcánica de 1706, no se advierten reacciones desfavorables» (5); refiriéndose al reparto de los presos franceses que llegaron.
Y no han faltado entre las descripciones de la zona algún toque divino, motivado por las percepciones de un paisaje tan caótico, escarpado, oscuro a causa del proceso eruptivo que sufrió Garachico. A mediados del siglo XIX, el reverendo Thomas Debary realiza un relato con esas características. «El color negro, como solo le es familiar a un habitante de distritos carboneros, se extiende —refiriéndose a Garachico— por todas partes. La ciudad está situada exactamente debajo de un alto precipicio montañoso, y se ven, como si fuera ayer, las señales del devastador torrente de lava —continuando con la plaza— que tiene árboles plantados y está adornada con una fuente, era antiguamente el puerto y lugar y desembarque. De regreso a Icod, «almorzamos en el lagar de Fleytas —para a continuación— explorar una cueva singular (6), causándole interés y temor. La intranquilidad, el disfrute y la gastronomía se entremezclaron durante esa jornada.
Durante el año que han ido apareciendo estos textos, iniciados el pasado marzo, el desarrollo económico, la actividad cultural y el debate social han permanecido con mucho esfuerzo. Estos libros de viajeros, científicos y novelistas resaltaron la riqueza de Daute. La ciencia y la ficción han encontrado en el noroeste de la isla la posibilidad de la observación, estudio e inspiración para la creación y la divulgación.
El valor histórico de la zona, la sostenibilidad, la riqueza paisajística, el mantenimiento de los cultivos tradicionales y alternativos, además de la riqueza cultural, es ya es un valor añadido que seguirá formando parte de la Comarca de Daute.
A pesar de este túnel en que estamos sumergidos desde hace un año, ya se detecta luz al final de tanta oscuridad y duda; al menos, eso creo y deseo.
- Varios autores, O.M. 1991 Viajes por diferentes partes del mundo. Editorial JADL nº 7 (pág. 77).
- André Pierre Ledru, O.M. 1982 Viaje a la Isla de Tenerife (1796). Editorial JADL nº 2 (pág. 79).
- Ibídem (pág. 79).
- Ibídem (pág. 80)
- Geisendor-Des Goutes, O.M. 1994. Editorial JADL nº10 (pág. 62).
- Rev. Thomas Debary, O.M. 1992 Notas de una residencia en las Islas Canarias. Editorial JADL nº 8 (pág. 48-49)