Dice un proverbio chino que la rana no bebe agua del estanque en el que vive. Si el ser humano fuese como la rana, se pensaría muy bien en qué charcos o playas se baña. El charco de la Araña era un espacio idílico y, además, emblemático del pueblo de Los Silos.

Los lugares tienen memoria, pero los seres humanos lo pisoteamos todo. Había, incluso, una leyenda de un cangrejo de proporciones considerables, que llamaban la jaca. Y contaba esa creencia que sus picadas eran bastante dolorosas.

Y había musgo en las orillas, amontonado por las olas. Y almejas codiciadas por los paladares más exigentes… Y había olor a salitre y vida. Y en las desaparecidas «casas de comida» (no restaurantes) los comensales disfrutaban del pescado de la zona en un ambiente familiar. Con todo ello desapareció una economía y un estilo de vida. Un día, quizá, solo haya olvido.

Ahora, degradadas sus aguas cada día por el abuso humano, las algas han desaparecido, no quedan almejas, ni los mariscos y pescado abundan como en otras épocas… El ser humano con sus trapiches, sus ambiciones, su ceguera atropella a la naturaleza.

Esas heridas al medio ambiente son difíciles de cerrar y de sanar. Y, como ya decía Víctor Hugo en el siglo XIX, «produce una inmensa tristeza pensar que la naturaleza habla mientras el género humano no la escucha».

Cuando desde los despachos se toma una decisión, se deben sopesar las consecuencias que esta puede acarrear a la vida, a los seres humanos y, sobre todo, a la naturaleza. A veces pienso que los políticos olvidan que la política se creó para ayudar a la sociedad y no para enredarnos en normas, en leyes y en laberínticas burocracias que eternizan las decisiones y solo sirven para cansar y devastar la creatividad humana.

Somos aves de paso, vivimos solo un momento… Pero la naturaleza queda. Como decía Miguel Delibes: «todo cuanto sea conservar el medio es progresar; todo lo que signifique alterarlo esencialmente es retroceder».

No estoy reflexionando sobre algo ilógico o utópico, solo hablo de tratar de mejorar la vida y el medio ambiente. La depuración de aguas negras no debe convertirse en una lucha de poderes e intereses, debe ser transparente y beneficiosa para el planeta. No perdamos la memoria. No dejaremos que una ola de ceguera arrase las costas. No podemos usar y abusar del planeta como si fuésemos sus únicos inquilinos, como si detrás de nosotros no hubiera posibilidad de futuro.

Las situaciones complejas, como la dotación de depuradoras para Isla Baja, no se solucionan con imposiciones sino con diálogo. Algo que se ha olvidado, parece ser, en estos tiempos. Y no olvidemos nunca, que las palabras no pueden pervertirse: si un pueblo no es natural, no podemos usarlo como eslogan.