El realizador Víctor Luengo presenta este sábado 10 de octubre, dentro de la sección oficial del Festival Internacional de Cine Medioambiental de Canarias (FICMEC), el largometraje The price of progress (90’ / 2019 / España), un documental en el que retrata la industria alimentaria en tiempos de emergencia planetaria, las prioridades de las grandes corporaciones y el precio que paga la ciudadanía por ello. La película se proyectará a las 19.30 horas en la glorieta de San Francisco de Garachico y estará seguida de un diálogo con el director. Pese al panorama que presenta en esta ópera prima del periodista, Luengo se muestra optimista y afirma que «el sistema neoliberal y esta economía extractiva que sufrimos van a cambiar seguro».

¿Por qué escogió el tema de la industria alimentaria para su primer largometraje documental?

La idea original era muy sencilla: me interesaban mucho los grupos de autoconsumo que se estaban generando en Madrid. El proyecto para esta película era algo menos ambicioso, pero durante la investigación el asunto me fue llevando a las intrigas y las presiones de las grandes corporaciones sobre los políticos para llevar las leyes hacia su terreno, y ahí fui desenrollando la alfombra.

¿Recibió presiones de esas corporaciones o desde el ámbito político durante la producción? 

Digamos que trabajé de manera muy discreta y dejando que las voces corporativas hablaran libremente, que todos hablaran y que sacaran su punto de vista. Mi visión subjetiva la puse después, en la edición. La única presión que podría decir que tuve —no fue una presión directa; más bien me sentí vigilado— fue por parte del departamento de prensa de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), que me estuvo preguntando durante mucho tiempo si podían ver la película. No sé hasta qué punto ellos juegan sus teclas y me podrían haber parado la distribución del documental…

Después de muchos años dedicado a la pintura, al periodismo y a la fotografía, se lanza al cine documental con una ópera prima de noventa minutos, sin pasar previamente por el cortometraje…

Sí, ha sido un piscinazo total. Yo me pasé hasta los treinta y cinco años a tiempo completo en el mundo de la pintura, y entré tarde en el audiovisual. Pero me vi fuerte para hacer un largo. Empecé con este proyecto en 2016 y no lo cerré hasta 2019, aunque la investigación empezó en 2013.

¿Cree que festivales como FICMEC juegan un papel válido en la concienciación medioambiental?

Más que válido, es un papel imprescindible porque el aviso hace mucho tiempo que ha dejado de ser un rumor. La emergencia climática es una realidad; tenemos un piloto rojo, una alarma que suena cada vez más fuerte. Entonces, todos los medios de difusión son pocos, y un festival como FICMEC legitima y da credibilidad al mensaje, al documental. Lo importante es el mensaje.

¿Conocía este festival antes de su participación de este año?

Sí, ya lo conocía porque tenía amigos que habían venido aquí, pero nunca había estado. El contacto con FICMEC nos llegó el año pasado a través de la Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci), donde obtuvimos una mención especial dentro de la sección Espiga Verde, en cuyo jurado estaba David Baute, director delFICMEC. Él me dijo que le gustaría que presentara la película en el festival de Garachico.

Ante la emergencia global en la que nos encontramos, ¿tiene usted esperanza en el ser humano y en el futuro?

Creo que hay que ser optimistas; yo lo soy por naturaleza y la vida en sí es optimista por definición. En cuanto al futuro, estoy convencido de que el sistema neoliberal y esta economía extractiva que sufrimos van a cambiar seguro: el cambio ocurrirá a pesar de nosotros, porque el planeta nos va a decir «ya no podéis seguir así», o gracias a nosotros. Si vas en un coche, llegará un momento en que se quedará sin gasolina. Entonces, habrá que hacer una parada, que será guiada por nosotros, desacelerando, o de manera brusca porque se acaba el grifo.