En un recodo de Garachico, en silencio, como siempre ha andado Carlos Acosta, he vuelto releer los versos de este poeta que siempre apetece recitar «en voz baja». Como un susurro sonaban sus palabras acariciando los sentidos: «Siempre escribí mis versos / en voz baja».

Recuerdo a Carlos en el Festival Internacional del Cuento de Los Silos en 1999, disfrutando de la palabra de Ana María Matute o mostrando, desde el Risco Partido, su amado Garachico a Rafael Alberti. Eran los años 90 del siglo XX, cuando las gentes palpitábamos en masa al ritmo de la voz de los poetas. Pero no es el célebre Alberti el protagonista de mis sencillas palabras: es Carlos Acosta, un poeta grande que nos habló siempre de esas pequeñas cosas que hacen que la vida tenga más sentido, más emoción.

Lo encuentro detrás de cada poema, en la esquina de los versos, a la sombra de las metáforas, con su pañuelo al cuello, su chaqueta y su porte de caballero de otros tiempos. Mirando, tembloroso y ansioso, las calles, las plazas, las rocas, los edificios de su pueblo, de la misma manera que un amante celoso vigila al ser amado. Él ha sabido ver su entorno, a lo largo de los años, con ojos de poeta y hoy podemos redescubrir Garachico en su cuidados poemas. El pueblo es verso y palabra.

Borges, en uno de sus cuentos, nos dice que la realidad no se comprende hasta que no se recrea literariamente. Así, en las poesías de Carlos podemos encontrar a Garachico: «Abrasado perfil, / tierra encendida / en cuya sombra se ha acunado / el tiempo […]». He vuelto a pasear, leyendo sus textos, por el Castillo, y he sentido el tañer de las campanas de Santa Ana y el murmullo del mar, y he visto partir los barcos, con !velámenes de plata”!desde la Puerta de Tierra. Y, como él, he soñado con Venus, andando entre espumas, dejando su voz alegre derramada en el hermoso callejón.

Y en sus versos el pueblo de roca y la mar de bravas espumas, en un eterno y tormentoso romance, hablan desde hace siglos.

He cerrado el libro. Aún resuenan versos en mi mente. Términos precisos, ritmos suaves, tenues colores, verso clásico y modernidad en la voz del que busca ansioso las palabras. Aquellas que sirven para construir minuciosas el poema.

Y me voy musitando: «Que siempre hice mis versos / como quien anda de puntillas: / en voz baja».