Vieja guisada / La Cofradía del Mar

Antes de la inauguración del túnel en El Guincho (Garachico), mientras nos dirigíamos a Los Silos, teníamos que pasar por ese barrio. Un pascuero doble, grande y con sus flores abiertas, nos avisaba de que ya estaba próxima la Navidad. Muy cerca de ese anuncio floral se encuentra una casa de comida donde ofrecen un excelente pescado, con la particularidad de que la vieja se come con cuchara. Esta comarca siempre ha tenido buenos lugares donde saborear exquisitos pescados y carnes, y seguro que cada uno tiene su preferencia.

En uno de los años de mis idas a Los Silos se publicó una novela de José Luis Sampedro, La senda del drago. En una de las páginas, leíamos: «Satisfacemos la gana en Buenavista, en un restaurante que nos ofrece jugosos platos del país, con un buen pescado del día, cuyo nombre no se conoce en mi tierra. Lo saboreamos fuera del oscuro local, a la sombra de un aireado cobertizo y frente a frondosos verdores. El vino blanco de una buena marca isleña, se bebe muy gustosamente y relaja sin enturbiar las ideas» (1). Ese lugar para nosotros fue una incógnita durante mucho tiempo.

El contexto de la novela es el inicio de la guerra de Irak. La implantación de una empresa en la isla como puente comercial entre Europa y África es la trama que se desarrolla en la parte de la novela que se titula Tenerife. Pesimismo y crítica a la situación del momento se intercalan en el texto; con descripciones del paisaje, espacios naturales, paseos urbanos por Santa Cruz y cercanas relaciones humanas en el entorno de su residencia; todo lo cual le permitió al protagonista decir: «Según los relojes mi vida estará siendo igualmente corta, pero me siento vivirla en una dimensión más ancha” (2).

José Luis Sampedro residió en Santa Cruz en los meses más fríos del año hasta el 2008. La novela es un homenaje a la isla. Muchos lugares aparecen en el texto. El emblemático Teide como símbolo natural y humano. En Icod entendió su símbolo como la longevidad de la hierba cuando se hace drago; y consideró a Teno como un lugar costero muy singular e inigualable.

Saliendo de Icod, los protagonistas de La senda del drago se dirigieron hacia el oeste de la isla y pasaron por Garachico. «El famoso puerto canario desde el que hace cuatro siglos se embarcaba el vino malvasía que encantaba a Shakespeare. Lo arruinó el volcán. […] La lava ardiente bajó por esos barrancos y lo arrasó todo». (3)

Después de almorzar, tomaron la carretera hacia Teno. Es un trayecto no muy largo, pero pesado. Y llegan a Teno: «Es, efectivamente, un cabo adentrándose en el mar, un espigón rocoso con poca altura en el que termina la costa septentrional de la isla y su orilla tuerce bruscamente hacia el sudoeste y el sur» (4). Y fue espectacular observar la magnitud de los acantilados de Los Gigantes con sus cien metros de altura que ponen freno al océano y el encuentro de las corrientes del norte y del sur: «Es como el choque de dos mares casi a nuestros pies». Ese día las nubes les impidieron ver hundirse el sol y observar el último destello del astro al ocultarse, conocido como el rayo verde.

Al despedirse del lugar, uno de los protagonistas dice: «No te diré que me afecta tanto como las dos maravillas de esta mañana, pero esto también merece la visita: esta soledad natural en lo grandioso, bajo el sol que lo contempla todo lentamente. Es un buen remate para el día» (5).

Es raro el día que no descubra un rincón nuevo cada vez que me acerco a la Isla Baja; y todavía con los amigos seguimos buscando el restaurante donde almorzaron Matías y Runa. De algunos de ellos, todos repartidos por la zona, salimos con la misma sensación que estos personajes tuvieron.

Un buen conocedor de la gastronomía canaria fue Manuel Vázquez Montalbán. El detective Carvalho, personaje de algunos de sus relatos, pasó en una ocasión por Los Silos; y en el contexto de la novela manifiesta su aprecio por los productos de la isla. Pero eso lo dejamos para el siguiente texto.

  • (1) José Luis Sampedro, O. M. 2006. La senda del drago. Ed. Areté (pág. 243)
  • (2) Íbidem, (pág. 189); (3) Íbidem, (pág. 243); (4) Íbidem, (pág. 247); (5) Íbidem, (pág. 248)