Estos días que nos ha tocado vivir, por lo general los pasamos leyendo un libro pendiente, viendo alguna película o serie, haciendo algún curso on line, aprendiendo alguna nueva receta, haciendo algo de bricolaje que arrastramos desde hace meses o tonteando en las redes sociales entre muchas otras actividades de ocio u obligaciones del hogar. Así van pasando los días de confinamiento.

Pero también pasamos mucho tiempo mirando por la ventana, asomados en el balcón, dando vueltas en la azotea, soleándonos en el jardín o intentando hacer algo en la huerta. Cada uno en la medida de sus posibilidades. En ese momento de relax en el exterior, sin mucho quehacer es cuando nuestros sentidos se agudizan y conectamos de más con la naturaleza.

Muchos amigos me han escrito o llamado sorprendidos por la gran cantidad de aves que han visto o escuchado en estos días. «Hay mirlos por todos lados», «he visto alpispas en mi jardín», «un cernícalo se ha posado en mi ventana», «qué bonito ese pájaro azul, amarillo y negro que viene a mi aguacatero», son solo algunos de los comentarios.

Los coches, los camiones, los aviones, las prisas, el ajetreo de cada día y la forma rápida e inmediata de vivir habían secuestrado la naturaleza que nos rodea. Nos robaron el canto de los mirlos, el croar de las ranas, el silbo de los vencejos, el zumbido de la abejas, el alular de los búhos, el graznido del cuervo, el gorjeo de los gorriones, incluso el reclamo de las perdices junto a mi casa.

Hay veces que pienso si la vorágine del día a día me tenía tan absorbido que no me dejaba escuchar las perdices junto a mi casa. Somos realmente conscientes de que hemos perdido los sonidos de nuestros pueblos, los sonidos de la naturaleza o en armonía con ella. Este parón nos está permitiendo escuchar los pueblos, casi como los escucharon nuestro padres o abuelos en su niñez.

Aunque hay sonidos que se han extinguido en el pueblo. Sonidos como los de los burros. Ya no quedan burros por estos lares. Ni vacas, ni cabras, ni cerdos. Ya no hay ganado en el pueblo. ¿Un pueblo es pueblo sin ganado? ¿Y sin agricultores? ¿Y sin pájaros? ¿Y sin gorriones? Pues no lo sé. Tal vez la respuesta es no.

Los que me conocen saben que me apasionan las aves. Estos días me he sentido como un canario mirando a través de los barrotes de la jaula. Pero no he querido perder el tiempo y como otros observadores de aves de Canarias y otros lugares del país he comenzado a observar aves desde mi ventana. Como si fuera James Stewart en la película ‘La ventana indiscreta’, dirigida por el gran maestro Alfred Hitchcock, paso los días observando y fotografiando desde mi ventana las aves que viven en nuestra comarca.

Hasta ahora he observado un total de 24 especies de aves diferentes. Entre ellas especies endémicas de Canarias como el mosquitero canario; endémicas de la Macaronesia como el canario; el vencejo unicolor y el bisbita caminero, muy amenazadas como el águila pescadora y el halcón tagarote; rapaces como el cernícalo vulgar, el gavilán y la aguililla; con poblaciones muy escasas como el cuervo canario; nocturnas como el búho chico y la pardela cenicienta atlántica; cantoras como la curruca capirotada y cabecinegra, el herrerillo norteafricano y el mirlo; el recientemente llegado a la Isla Baja para nidificar como el martinete; invernantes como la garceta común y la garza real o extremadamente bellas como la alpispa.

Aunque hay sonidos que se han extinguido en los pueblos

Aun me faltan por apuntar en mi lista algunas especies que he visto en otras ocasiones cerca de mi hogar y que sé que en esta fechas suelen estar por aquí, pero la suerte no me ha acompañado durante los días de confinamiento. Son la lechuza común, la abubilla, el verderón, el pardillo, el jilguero, la chocha perdiz y la tórtola europea.

Observar aves es solo cuestión de paciencia, dedicar tiempo a mirar y estar sin hacer movimientos bruscos. Vivimos en una comarca donde cría en torno a medio centenar de aves. Algunas de ellas especies muy raras en otras zonas de las islas o el territorio nacional. Para ello, solo necesitas unos prismáticos o a simple vista. Mirar y divertirte identificando el nombre de las aves en internet o en una guía de aves, de eso se trata.

En las huertas también podemos ver murciélagos alimentándose de polillas y mosquitos, la mayoría de ellos murciélagos de Madeira, una especie exclusiva de Azores, Madeira y Canarias, que es relativamente abundante en la comarca, a pesar de las grandes cantidades de insecticidas y otros productos agrotóxicos que se han usado en los cultivos de platanera.

Lagartos tizonas, exclusivos de Tenerife y La Palma; lisas doradas endémicas de Tenerife y La Palma que no podemos ver en libertad en ningún otro lugar del planeta; y perenquenes de Delalandi, también endémicos de Tenerife y La Palma, son las especies de reptiles que pueblan nuestras huertas y jardines junto al único anfibio citado con seguridad en la zona: la ranita verde o meridional.

Mariposas Vanesas, monarcas, blanquitas de la col y mantos de Canarias son otras de las especies de fauna que nos pueden deleitar estos días de confinamiento.

Pero estos días no solo nos podemos entretener observando aves y animales terrestres, los que viven cerca de la costa deben de estar atentos, pues en los días de mar en calma se han podido ver cerca de la costa grupos de calderones grises y delfines mulares. Y un poco más lejos algunos delfines saltando que pueden ser moteados, listados o comunes. Además de algún soplo que podía ser de rorcuales.

Los que viven cerda de la costa deben de estar atentos

La naturaleza se ha acercado en el momento que hemos dejado de molestarla, castigarla y amenazarla. Tal vez deberíamos reflexionar sobre nuestra forma de relacionarnos con ella. La naturaleza siempre ha estado ahí pero no nos parábamos a escucharla, a palparla, a saborearla, a olerla, a observarla, en definitiva a sentirla. Ella está ahí, siempre ha estado ahí y no podemos vivir sin ella.

En estos días, nos están llegando imágenes de ciudades sin humos, cormoranes pescando en los canales de Venecia, jabalís corriendo por las calles de Barcelona o gavilanes cazando en las calles del Puerto de La Cruz. Hagamos que esto sea lo normal, lo habitual, lo común. Démonos una oportunidad. Escuchemos el mensaje que nos manda La Tierra y aprendamos a amarla. Porque lo que se ama, no se debe maltratar.

Yo mientras, de nuevo mañana al levantarme tras el amanecer, abrí la ventana y dejaré que entre a casa el canto de las aves, del mirlo, del herrerillo, de la alpispa, de las tórtolas turcas, de los vencejos, de los mosquiteros, del capirote. Todos ellos que irrumpan de golpe en mi hogar.