«Si te voy a contar, no termino. No tengo ganas de hablar», y treinta minutos después mi abuela había contado la experiencia más cercana que ha tenido a lo que estamos viviendo este 2020. Hacía muchos años que no pasaba días enteros con ella, quizás más de 25. Pero casi una semana me sirvió para enterarme de que ella y su madre iban a darle de comer a sus dos tíos menores, hermanos de su madre, porque se encontraban aislados en el barrio de Las Canteras, en Los Silos.

Elisa y Agustín Armas Barrios contrajeron «el tifo». Eran los dos hermanos menores de mi bisabuela, Jovita Armas Barrios, quien muriera con 101 años de edad en Los Silos. Mi abuela cuenta que sus tíos tenían fiebres altas y tos, «como unas gripes fuertes», dice. No recuerda que hubiera más gente así pero «eso era contagioso también y no había lo que hay ahora», refiriéndose a esta cuarentena.

«Mi madre vivía en Las Canteras, eran cuatro casas. A los hermanos los tenían en una casa por el camino de La Ruda», explica. La tecnología permite que transporte a mi abuela hasta ese mismo lugar y podemos comprobar que hoy en día la casa de sus abuelos sigue en pie y que la calle tiene el mismo nombre que entonces. No recuerda el año exacto pero «yo era una chica» así que haciendo cálculos y situándonos en la Guerra Civil, este hecho escabroso de su vida tuvo que darse a inicios de la década de los cuarenta del pasado siglo o bien a finales de la década de los treinta de la misma centuria. 

«Yo fui por dos veces con mi madre a darles de comer. Mi madre les daba la comida pero con un palo, no se acercaba», relata. Elisa y Agustín murieron a causa del tifo. «Recuerdo que una de las veces que fui con mi madre estaban comiendo batatas y asando sardinas, en un brasero en el mismo cuarto», detalla. Ella y sus hermanos mayores eran los que acompañaban, «Lucía y Lipín, los más pequeños, no».

No obstante, su madre no era la única que se encargaba de esto. El resto de sus tíos también se ocupaban y se turnaban para darles de comer. No sabe si fueron al médico o tomaban medicación.

¿Conoces a Enric Marco?

Un relato lleno de incertidumbre ya que no he parado de buscar referencias al tifo que puedan apoyarlo. Pero mi abuela no es Enric Marco, no la creo una impostora. Para los que no lo conozcan, Enric Marco fingió ser durante gran parte de su vida un superviviente de los campos de concentración nazis. Javier Cercas escribió su historia, entre la realidad y la ficción, dejando en evidencia algo que nos da sentido: la memoria. Porque «la memoria es frágil y, a menudo, interesada», se puede leer en ‘El impostor’, de Cercas.

Si mi abuela fuera una impostora también lo sería Carmen Hernández Cabrera, vecina de La Caleta de Interián, pero nacida y criada en la Cruz Santa. «Había una enfermedad cuando yo tenía 6 o 7 años, le decían el tifo», cuenta. «Fiebres malas», dice con secuelas como quedarse sordo o mudo. Además, habla de vacuna y de separación de todo tipo de material de los enfermos con el resto. Pero no fue una pandemia como la que vivimos, lo deja muy claro. 

Lo cierto es que se encuentran referencias sobre esta enfermedad pero no la llaman así y tampoco hay nada registrado en esta zona de Tenerife. Como siempre, nuestra comarca suele ser la última para casi todo.

No hay nada registrado en esta zona de Tenerife

El libro ‘La peste, el cuarto jinete. Epidemias históricas y su repercusión en Tenerife’ de Conrado Rodríguez y Mercedes Martín habla de una epidemia de tifus en 1906 en Santa Cruz. Las autoridades no la declararon para no alarmar a la población y tuvo poco impacto.

La única referencia con la misma denominación se encuentra en Méjico. Se trata de una tesis escrita en 1876 por parte de un alumno de Medicina del hospital de Juárez. ‘¿El tifo es una fiebre eruptiva?’ es el título del trabajo académico de Francisco de P. Crespo que intenta demostrar la diferencia entre el tifo y la fiebre tifoidea. Habla de fiebres, sordera aunque no crónica pero sí de que un zumbido en los oídos es una característica peculiar de esta enfermedad.

Además, se encuentran varios artículos en el periódico El Día escritos a raíz de la pandemia que nos atañe. Los firma José Manuel Ledesma Alonso, cronista oficial de Santa Cruz. Pero se nota la confusión entre enfermedades que a finales del siglo XIX y principios del siglo XX no terminan de determinarse. Existen dudas entre tifus y peste. Igual que el tifus epidémico puede confundirse con la fiebre tifoidea.

Suerte de tecnología

Sea como fuere, como bien dice mi abuela, «antes no había tanta tecnología». Mi suerte es que en la actualidad sí la hay e internet me ha brindado información que puede o no corresponderse con lo que cuentan los mayores. Málaga sufrió una epidemia de tifus entre 1941 y 1943 que mató a casi 500 personas. «Los enfermos tienen fiebre alta recurrente, escalofríos, cefalea y exantema (erupción cutánea)», reza el reportaje de Ángel Escalera en el periódico Sur.

En el reportaje del digital andaluz también se habla de malas condiciones de higiene y una insalubridad generalizada que favoreció la propagación de la enfermedad. Esta circunstancia de miseria provocada por la guerra también se dio en los pueblos de nuestra comarca. Concretamente, se puede leer cómo era la situación en el Garachico de la posguerra gracias al libro ‘El franquismo en Canarias’ coordinado por Aarón León Álvarez. 

Málaga sufrió una epidemia de tifus entre 1941 y 1943

El historiador local Cirilo Velázquez Ramos escribe el capítulo ‘Franquismo y vida cotidiana local: el caso del municipio de Garachico en el noroeste de Tenerife (1936-1939)’. En estas páginas no se habla de manera clara sobre ninguna epidemia pero sí se constata, a través del acta de sesión de plenos del 5 de julio de 1939, que «el Ayuntamiento se veía obligado a facilitar toda clase de medicamentos y alimentos así como ordenar la desinfección de las casas de los afectados, con el fin de atajar ‘cierta enfermedad infecto-contagiosa’, que había causado, en el casco urbano de la villa, un considerable número de enfermos y varios fallecidos, produciendo la alarma entre los vecinos». 

Se desconoce qué enfermedad alarmó a las autoridades y vecinos garachiquenses en ese entonces. Sea como fuere, es lo poco que hay escrito y que he podido encontrar en cuanto a epidemias en nuestro territorio.

Casi todo el conocimiento se encuentra en unos archivos valiosos y traicioneros. Archivos caducos que están siendo amenazados potencialmente por un virus. Unos archivos que se llaman memorias y que debemos proteger. En mi caso, regar día a día con paciencia y la misma dedicación que ella ha hecho conmigo durante toda mi vida. Margarita y su testimonio ya han quedado escritos aunque sea en este humilde periódico.  

Licenciada en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Más de una década al servicio de la comunicación