Sonaron las campanas y volvió el cielo a estremecerse con los voladores. La banda llenó el aire de melodías alegres. Y ondeó la bandera en lo alto de la montaña Aregume.

¡Comienzan las fiestas!

Es el momento del encuentro, de los recuerdos y de la expresión colectiva. Nos reconocemos en los rituales y las fiestas populares están entroncadas con el rito. El espacio público se convierte en lugar de encuentro y libertad. La fiesta es transgresión y crítica, es alegría y búsqueda de raíces.

La tradición hará sonar las campanas cada tarde y el último día del mes de agosto sonarán los esperados repiques a las doce de la noche y en la plaza nos encontraremos rememorando sabores del paladar y de los olvidos. Los campaneros guardan el secreto de más de un siglo de tradición. Y parece que entre la carcajada del campanario oigo los versos de Miguel Hernández: «En la ermita campesina / Al llegar la tarde grana, / Estrangula su voz fina / — oro en caldo — la campana».

Las fiestas de la Luz, retratadas por Alfred Diston en el siglo XIX

A principios de siglo, al menos hasta los años veinte, se toreaban vaquillas en la plaza, aún de tierra, se hacían carreras de cintas o se bailaba el canario dentro de la iglesia para despedirse de la Virgen de la Luz entre sonoros ajijides. Los tiempos eran otros y era el pueblo el protagonista de la fiesta. Pero el acto más esperado de septiembre eran los entremeses y las loas compuestos e interpretados por vecinos del pueblo. Ingeniosos textos satíricos y humorísticos hacían reír y pensar a los silenses y visitantes. En el callejón Aregume o en el Corral del Drago (según una informante) se colocaba el tablado y el público de pie disfrutaba de la acción dramática. Como fondo, una colcha moruna que hacía las veces de telón. Hasta la posguerra se representaron y estos actores populares mantuvieron una tradición que entronca con el nacimiento del teatro en Europa. Los cómicos de la legua podían parodiar, hacer burla y transgredir todas las normas en escena.

Eso era la fiesta. Los años se fueron comiendo todo el sabor popular de la fiesta silense. Las productoras profesionales cambiaron al pueblo por artistas foráneos.

Otros son los tiempos, otras son las modas.

«Los Silos es una de las poblaciones más florecientes y prósperas de la parte N.O. de Tenerife», decía el periódico de Icod de los Vinos La Comarca en su edición del 17 de diciembre de 1922. Hoy duerme quizá. Cómo cambian las cosas, cómo mueren los sueños.