Los comienzos y los finales se parecen. Suelen ser alegres aunque los finales se comportan de manera diferente. Como dos hermanos que no se parecen nada aún siendo criados de la misma manera. Esos suelen ser los lamentos de las madres cuando uno de sus hijos «me salió torcido pero yo los crié igual». 

El final de hoy ha sido triste porque acaba una de mis mayores experiencias vitales. Pero también desprende alegría porque significa que he conseguido lo que me proponía. Quizás, la sexta etapa de Latitud Tenerife de El Cardón NaturExperience sea ese hijo.  

Partí desde la plaza del Adelantado de La Laguna. Menos mal que fue de día porque si hubiera sido de noche, seguro me quedo ciega con tantas luces. Esperamos que las bombillas sean de bajo consumo y que la contaminación lumínica no esté penada de cárcel porque si no, alguno habría cometido un gran delito en medio de uno de los cascos patrimoniales más importantes de Canarias. Está comprobado que el responsable del alumbrado lagunero padece fotomanía y la gente lo sigue. ¿Quién no tiene una foto ahí y la ha subido a sus redes sociales?  

Manías aparte, tiré la moneda al aire y cayó de canto porque hoy disfruté a lo grande y sufrí por momentos. Me adentré en un bosque mágico y mi mirada se llenó de trucos reflejados y eternizados por mi cámara. La subida hasta Cruz del Carmen fue tentadora ya que llevaba buen ritmo y no paraba de ver gente corriendo. Recordé la sensación de adrenalina que produce correr por el monte. 

El Sendero de Los Sentidos se llenó de gente, muy diversa. Pero lo que más me alegró fue ver una gran cantidad de niños y niñas acompañados de sus padres paseando por allí. Me retrotraigo a mi crónica del viernes en la que hablo de mis momentos felices en el monte y deseo que el futuro de todos ellos sea disfrutar de manera sana de lo que nos rodea. 

Parada de avituallamiento lenta. Decidí que hoy me lo tomaría con calma. Comencé la bajada hacia Chinamada y me adentré aún más en la magia del lugar. No paraba de bajar y parecía que me hundía en el inframundo más dulce. Qué gran contradicción. Verde, tupido, riachuelos, humedad, frescor, adrenalina controlada con la soledad de hoy y muchas más sensaciones que se mezclaban con un solo pensamiento: guarda piernas para Chinamada. Sabio consejo de Valerio del Rosario. 

Mímesis

Fue tanta mi parsimonia que me pasó lo que nunca en Latitud: adelantaba a gente y luego ellos me adelantaban a mi. Hoy me sentí parte indivisible de La Tierra. Creí poder ser una raíz, una pared milenaria o simplemente una hoja seca que se descompondrá gracias a la acción fungicida para convertirse en tierra. 

La laurisilva se apoderó de mi. Tanto que pensé que sería un buen nombre propio. No conozco a nadie que se llame así y creo que podría ser original pero muy recurrente y predispuesto a motes con facilidad. Si algún día tengo una hija no la llamaré así, pueden estar tranquilos. 

De repente salí de ese dulce bosque hundido en las entrañas de Tenerife y los ojos parecían salirse de las órbitas por todo lo que podía ver. No daba crédito a las montañas llenas de vegetación que veía. Usando el argot de la calle: «¡Qué guapada!», decía. También hay que decir que hablé mucho sola. Eché muchísimo de menos las explicaciones de Vane, las conversaciones y las risas. Fran me preguntó qué tal a lo largo del camino y al preguntarme si conocía la leyenda de los Roques Hermanos, le respondí que no. Tuvo piedad de mi y me mandó un audio explicándomelo. 

Comencé un nuevo paisaje. Un tanto agreste pero agradecido en vegetación. Me llevaba directamente al caserío de Chinamada. Seguía a buen ritmo y decidí parar a comer de nuevo. Los que me conocen saben que tengo buen saque. Vane no me conocía y se asustó. 

Seguí con la bajada y seguía pensando en Valerio advirtiéndome de que guardara piernas para Chinamada. Lo hice y menos mal. Nunca en mi vida había estado por semejante camino escarpado, con piedras irregulares por todas partes que en lugar de hacerte masajes en las plantas de los pies se te clavaban, sin llegar a hacer daño, eso sí. Los tenis de Latitud Tenerife los voy a jubilar, me salvaron de las llagas del principio, pero creo que no se van a ir a la basura. Los voy a enmarcar. 

La temperatura subió muchísimo pero iba sobrada de agua. Vi el faro de Punta del Hidalgo y dije «esto está hecho». Error. Tardé casi dos horas y media en llegar a la meta. En medio me crucé con un par de miradores que suavizaron un dulce infierno. Esta vez si que bajé al inframundo, a los confines de la tierra y caté su magma caliente. 

Paisaje contrastado

Paisajes un tanto salvajes que llenaron de contraste la última etapa de Latitud Tenerife. Tuve soledad compartida por mucha gente que hacía la misma ruta. Le saqué una foto a un asiático, entablé conversación con una pareja que me preguntaba direcciones y yo sin más sapiencia que la de Guayarmina o un fotógrafo que pretendía captar el atardecer de Punta del Hidalgo en una de las cuevas me oyó cantar. Suerte que no cantaba nada folclórico. Aunque sé que a Vane le hubiera gustado entonar algo así en el camino. 

Soy fan de la soledad, tengo que decirlo. No durante mucho tiempo pero me gustó comprobar que soy capaz hacer esto sola. Saqué a varios demonios de mi interior de paseo y pensé mucho en que nosotros somos una micra. «No somos nadie», como suelen decir en los duelos. Una frase recurrente pero cierta si te encuentras en medio de la grandísima y mágica Anaga. 

Este último párrafo debería estar dedicado a la siguiente etapa. Estoy haciendo una metapárrafo dentro de un metatexto. Cosas del lenguaje. Desgraciadamente hoy ha sido la última jornada. Sin embargo, no les voy a dejar con esto. Así sin más. Como las parejas que se rompen sin ninguna explicación. No sería justo para nadie. Prometo volver a escribir sobre Latitud Tenerife. 

Licenciada en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Más de una década al servicio de la comunicación

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