Ernesto Rodríguez Abad

Hubo un tiempo en el que los humanos sentían respeto y veneración por la palabra. Sucedió en un lugar lejano. Un reino que ya no existe albergó unos seres que cuidaban y admiraban las palabras. Las esculpían con sumo cuidado. Las mimaban como si fuesen delicados objetos.

Con las palabras decidían el devenir del mundo, configuraban el futuro. En largas y sosegadas sesiones argumentaban, en ingeniosos debates, cuestiones ideológicas en las que se fundamentaban decisiones para vivir mejor. Las personas encargadas de buscar las mejores palabras para construir el país dedicaban mucho tiempo a pensar para poder encontrar el término adecuado que definiese lo que querían expresar. Era otro mundo, otros modos, otras modas. 

Había incluso un rey que bordaba estrellas con hermosas palabras para sus súbditos. Amaba gobernar con honestidad, sinceridad y humanidad. Sabía los secretos que encierran honor, lealtad, justicia, respeto, sabiduría, equidad, reflexión…

Era otro tiempo; otro espacio, quizás.

Había un edificio para debatir con la palabra. Era profundo y serio. Con esa seriedad sonriente que solo regala la sabiduría.

Así podría empezar un hermoso cuento.

«Iniciaremos otra vez un cuento»

Quizá ese lugar no existe. Aunque creo que existió. Estoy seguro de que no lo he soñado. He estado allí. Un día volveré.

Mas todo cuento tiene un contracuento que podría empezar así: “Había un reino en el que la palabra se había pervertido. El insulto, la grosería y la violencia habían salido a campar triunfantes”. 

Rifirrafe lo denominan los vídeos de youtube, los comentaristas políticos, los periodistas… La Real Academia define este término como ‘contienda o bulla ligera y sin trascendencia’. ¿Es en realidad un rifirrafe lo que vemos en los debates políticos? ¿No trasciende? ¿No crea hábitos y pautas de conducta social?

Iniciaremos otra vez un cuento. Había una vez un reino en el que su rey era diferente. No tenía ni cetro, ni corona, ni trono…

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