Como todo periodista sabe, uno de los pilares del catequesis periodístico es que ‘las malas noticias son buenas noticias’. Porque nos dan trabajo, porque nos dan repercusión y porque nos hace sacar a relucir los más bajos instintos como seres humanos y periodistas. 

Sentir la necesidad de informar se ha convertido en algo diario. Las redes sociales son portadas constantes de las vidas cotidianas de todos y todas. Quizás por eso yo sienta, desde hace un tiempo, algo de repugna hacia lo que Javier Cercas definió como «como una barra de borrachos que no saben lo que dicen». Uno de mis escritores favoritos alude así a las redes sociales. 

Sin embargo, gracias a esta barra servimos un cóctel de información detallada y al minuto durante, sobre todo, la jornada del sábado 17 de noviembre. Cuando casi nadie estaba para contarlo, nosotros nos mojamos los pies, soltamos las cámaras y el móvil para retirar piedras, o simplemente gritábamos a algún compañero para que corriera porque lo que venía por el castillo de San Miguel tenía pinta de arrasar con todo. Según Noticias Cuatro retaba al mar pero no soy tan osada. 

Nos subimos al carro de los vídeos en directo. Facebook Live fue la plataforma más útil para darles la información porque ustedes la demandaban y porque además, la agradecerían. Alrededor de una veintena de vídeos en directo que contaban con los testimonios de algunos protagonistas nos sirvieron para crecer en seguidores pero también en experiencia.

Y entonces viene una de las preguntas que más me han hecho: ‘¿cómo tienes la capacidad para hablar tanto de lo que está pasando?’. Mi respuesta es que estudié para eso pero lo cierto es que en la facultad no te lo enseñan, para qué les voy a engañar. Es adrenalina, es instinto, son ganas y sobre todo palique. El periodista debe adaptarse al medio, al contexto y a las circunstancias. No hay tiempo para planificar mucho la información ante acontecimientos como el de la semana pasada. Así que nuestra capacidad de reacción es vital para que ustedes estén lo mejor informados posible.

«Los cínicos no sirven para este oficio», decía Kapušciński.

Desde que comenzáramos esta andadura, tengo el convencimiento de que hemos creado una manera idónea de crear la información. Normalmente, el periodista recaba los datos, habla con los protagonistas, toma nota, ordena en su cabeza y redacta.

En nuestro caso, por diversas circunstancias, esto ocurre de otro modo: puedo hablar con el protagonista pero no escribo posteriormente. Nos transmitimos la información y así no es siempre el autor quien ha recabado y recopilado los datos. Funcionamos así durante todo el mar de leva de la semana pasada. Nos funcionó o más bien eso deben decirlo los que nos leen. 

Pero lo cierto es que hay momentos en los que uno olvida que es periodista y deja a un lado la cámara, la palabrería y el móvil y prefiere ayudar. De lo que nunca se olvida uno es de que es persona. Y me vuelve a la mente otro periodista: Kapušciński. Él decía que «los cínicos no sirven para este oficio». Algo totalmente veraz, tanto como que el agua esa noche llegó a donde no lo había visto nunca. 

Se cometen imprudencias por conseguir la mejor foto, el mejor vídeo, la declaración antes que nadie… pero creo que supimos actuar. Menos cuando un Guardia Civil me pilló entrando en zona restringida y me advirtió de que no quería denunciarme. Me pareció un espejismo por un instante porque en mis 31 años es la primera vez que este cuerpo de Seguridad aparece en un mar de leva. Un hito para la historia. 

Crecimos muchísimo con lo acontecido. Nuestros vídeos abrieron los informativos de todas las televisiones a nivel nacional. Muchísimos compañeros nos han felicitado por el trabajo y también nuestros lectores, algo todavía más satisfactorio. Hemos aumentado nuestros seguidores en redes sociales de una manera impresionante en muy poco tiempo y entrábamos en radios para contar nuestra experiencia. Porque no dejamos de ser personas, lo reitero. 

Pasamos miedo, como todos. Estuvimos nerviosos, como todos. Mis manos temblaban mientras grababa lo que pasaba. Corrimos como todos. Pero el miedo no te deja actuar, ni avanzar hacia tu meta. Así que lo dejamos a un lado y decidimos que era el momento de cumplir con nuestra labor.

El día después

El día después fue desolador. Pudimos ver lo que por la noche el mar transformó en nada. Y tuvimos que contarlo, de nuevo. Con algo más de serenidad pero con una inmensa tristeza. El periodismo local es duro en este tipo de catástrofes. Porque conoces a todos los que el mar se llevó sus ilusiones y quizás por eso, te da más respeto pedirles una declaración. Pero hay que saber darle la vuelta a todo: nos ofrecimos a sacar las fotos de sus desperfectos para el peritaje o cualquier cosa que nuestra labor pudiera solventar. 

Nada más que decir. Simplemente que ha sido una de las experiencias más tristes de mi vida y que me ha servido para crecer como periodista pero también como persona. Porque es lo que somos ante todo. 

Licenciada en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Más de una década al servicio de la comunicación