Cruz de Hilda

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Foto: Infotur Tenerife

Uno llega a los lugares y se pregunta por el origen del topónimo. Había pasado muchas veces. Incluso me había parado a mirar el paisaje, pero nunca me había extasiado ante el entorno. Es prodigioso lo que nos ofrece el lugar.

¿Por qué se llama Cruz de Hilda? ¿Quién fue?

Me preguntaba quién sería aquella mujer mientras me acariciaba el sol de la tarde y saboreaba una sensación de amistad tan acogedora como una larga caricia.

En aquella degollada entre los barrancos de Juan López y Masca que más parece imaginada que real. Detrás quedan las imponentes moles de Abache y La Fortaleza que esconden Los Carrizales y la secreta belleza de El Palmar.

Sentado entre palabras suaves y humeantes cortados parece que dialogas con las tierras de Guergue; los caseríos de El Turrón y La Vica salidos de una acuarela costumbrista te hablan de las gotas de sudor que dejó el trabajo, vigilados por Tarucho.

El barranco parece que te espera, que te llama como un sueño del pasado que guarda tesoros que olvidaron los piratas…

Todo el valle de Masca se desliza entre el verde despeinado de los palmerales, salpicados de tabaibas y retamas, entre tierras de cultivo en las que se ven, como motas salteadas, los pequeños soles de las naranjas amarillas.

Armonía de silencios interrumpidos por el viento.

Allí Hilda disfrutó de la soledad. Sus tierras dominaban un paisaje único. Allí murió feliz.

Allí, en realidad, se puede morir sonriendo.

Cuentan también que aquellos lugares fueron llamados Los Bailaderos, porque las brujas libres bailaban sus aquelarres secretos ante la belleza de las laderas protegidas por la luna.

También en ese lugar se reunían antaño los masqueros con los lugareños de Los Carrizales, Las Portelas, Las Lagunetas o el Palmar a intercambiar productos agrícolas para subsistir.

Lugar para brujerías y para trueques. Lugar para el encuentro. Aun hoy es así. Perpetuando la relación entre lo telúrico y lo humano. Porque el paisaje también es el momento vivido.

El sentimiento que surge entre las personas.

Allí se siente uno embrujado por la palabra, absorbido por la belleza.