Mar de plataneras

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Las faldas grisáceas de la montaña de Taco se deslizan a la izquierda del camino. El silencio de los campos acaricia. Una curva sorprende y atrapa la mirada. De pronto está ante tus ojos asombrados. Aparece como si invadiera la carretera y el paisaje se convirtiera en un mar desbocado de arboledas. Las olas verdes de las hojas de las plataneras te inundan de belleza.

Inmensa sinfonía de color y movimiento.

El verde de las plataneras es un verde de flecos peinado de viento entre los que se incrusta el azul travieso y bullanguero.

Se extiende como un bostezo de la isla desde la montaña al océano interminable.

Un mar de olas y de azules rápidos.

Se mueve este paisaje como si esperase marineros que quisieran zarpar hacia en lugar de aventuras y palabras inalcanzables.

Mar sorprendente que invita a la ensoñación. Navegar ebrio sobre las plataneras en un bergantín de fantasías hacia oníricos poemas que nadie ha escrito.

La isla parece que se va hacia otros lugares, que huye de la soledad.

La belleza de las plataneras atrapa.

La carretera se desliza en una pendiente de tobogán juguetón. Te paras. Sonríes.

Idílico sueño lejos de carreteras inundadas de coches. Asfixiadas de cláxones.

Respiras libre.

Te alejas de autopistas, de embotellamientos crueles, de malas gestiones, de inútiles decisiones.

El mundo es una jaula y nadie abre las puertas. Ante la belleza de un paisaje meditas sobre las administraciones que no ponen freno a un mundo que nos come, que nos atrapa en laberintos de papeles, en retorcidas carreteras a la nada.

El mundo está cansado. Herido por los hombres.

Sonrío ante el paisaje.

Me apeno frente a un mundo herido.