El cementerio de Los Silos

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Cuando era pequeño no pensaba en los muertos. Era algo lejano. Quedaba tan lejos como la luna, los astros o la vía láctea… En el breve paraíso de hojaldre y hadas en el que vivimos la infancia el día de los difuntos era solo una tradición basada en una frase que en aquellos momentos no entendía bien: pan por Dios. Todo se convertía en enigmas y acertijos en un tiempo de preguntas sin respuestas. Jugábamos a pedir el «Pan por Dios» de casa en casa. Y nos daban naranjas y nueces, castañas y rosquetes que olían a anís, oloroso millo frito y golosinas. También nos daban una sonrisa, una palmada cariñosa o algún chascarrillo jocoso. Por la tarde compartíamos el botín en una merienda con los amigos.

Luego crecí un poco y llegó El Tenorio. Ya los muertos eran más literarios y sus palabras más universales. Me hablaban del mundo de ultratumba adornados de gestos histriónicos aunque no por ello perdían los rasgos humanos y creíbles.

Llegué a las lecturas, a los descubrimientos, a las dudas y descubrí el mundo de América. Sus novelas, sus autores, la magia ancestral de sus costumbres. Paseé por los cementerios bullangueros de México y celebré la muerte en un festejo que puede parecer incomprensible a los que estamos lejos de su cultura. Comida, flores, disfraces, cantos, altares…

Hace años el colonialismo cultural nos ha invadido con la estética comercial de Halloween que nos trae costumbres de otros lugares, mas solo en lo superfluo y visual. Una tradición nace de los ancestros, se transmite, junto a valores y creencias, de generación en generación. Está en el aire, se palpa en la manera de moverse, de hablar, de sentir la palabra. Hemos de diferenciar la tradición y el divertimento. Ambos necesarios, lógicos e inherentes al ser humano. Mas no son lo mismo.

También el día de difuntos es reflexión, visita al cementerio, ritual de flores y lágrimas, recuerdos y ausencias.

El cementerio se convierte en un lugar de encuentro. La vida florece en torno a la muerte. Las voces llenan el lugar, que de habitual es silencioso. Se oye al lotero anunciando «el número de la suerte». La policía gesticula, el atasco, el tráfico, las gentes pasan con ramos de flores…

En las primeras horas de la mañana, con las sombras de la noche aún pegadas a las tumbas, disfrutando del silencio y la soledad, me planteo eternas preguntas que no logro resolver.