La diablita ya no es la de antes

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«El veintitrés de agosto ni se te ocurra moverte, ni subir a un árbol, ni nadar o hacer equilibrios sobre los muros…» Te decían muy serios los mayores, con cara de circunstancias y sonrisa socarrona. Continuaban entonces los relatos de trozos de vidas manipuladas por la diabólica diabla: «Tu tía Remedios se partió el brazo porque subió a la higuera nada más amanecer el veintitrés de agosto”, «Pepe Pérez quedó cojo para toda la vida porque lo empujó del muro de la finca; dijeron que fue una ráfaga de viento, pero fue la diablita”, «María la bizca perdió el ojo porque la diablita la empujó en el mar y se dio con una roca», «Jacinto cayó saltando a piola y se partió la mandíbula». ¡No se puede jugar ese día! Y aunque hubiese calor o los higos brillasen maduros en la higuera, nadie iba a la playa a jugar con las olas ni trepaba a las ramas altas para coger la suculenta y jugosa breva de negros dulzores.

Todo el día sentados, esperando a que llegase la hora de encerrar otra vez a la dama endiablada. Nunca supe de pequeño si se trataba de la mujer del diablo o si, simplemente, era una insignificante aprendiz de diabluras. Lo que sí me divertía era ver cómo todo se paralizaba y la vida, por un día, se convertía en momentos de magia y fantasía.

Ahora se simula desatar de la pesada cadena a la perversa dama que representa el mal y se teatraliza la tradición convertida ya en atracción para la ciudadanía. Se convierte en una fiesta tradicional y parecida a todas las fiestas.

¿Y si a la diablita no le gustasen los festejos? ¿Y si no le gustase que todo estuviese programado? ¿Alguien le preguntó?

En los paseos solitarios por las calles silenciosos del pueblo imagino la perversión humana.

El mal desatado por unos instantes. La necesidad de los humanos de explicarnos nuestras pasiones y emociones ha inventado los mitos y los símbolos para entendernos. Hemos tenido que crear y representar todo tipo de tradiciones y rituales para saber cómo somos y qué hemos sido. Hemos aprendido narrar el mundo.

¿No querría la diablita hacernos meditar un día sobre la lucha interna entre el bien y el mal?

No lo sé, jamás habló. Solo se dedicó a empujar a la gente.