La ermita de San Sebastián

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No son fastuosas como las catedrales, ni lujosas como las antiguas iglesias o monumentales como los monasterios seculares…

Las ermitas: pequeñas, humildes, sencillas como las gentes que las construyeron.

Solitarias viendo crecer a los pueblos desde su austeridad mística.

La sobria edificación dedicada a San Sebastián fue construida en el siglo XVI por los vecinos de Buenavista del Norte, adoptando como imagen titular la de este santo, soldado y mártir.

Los fieles la visitaban a menudo, pero el tiempo hizo estragos en su estructura y techumbre, por ello, incluso intentó derribarse, hasta que fue reconstruida con la misma sencillez en el siglo XIX por los propios fieles.

Desde la alto de su escalinata, nos recuerda en su silencio que allí se inicia el pueblo. Su sobriedad y su desnudez de elementos nos hablan también de la belleza.

En ella se encierra el secreto de la hermosura de lo pueblerino, lo humilde y lo rudimentario.

Y se inclinan ante la desnuda fachada los laureles de india perpetuamente despeinados por el viento que huye hacia los bellos parajes de Teno.

No hacen falta alardes de oro, techumbres labradas en maderas nobles y cortinas de sedas de oriente… La belleza es una línea, la sobriedad de una palabra que deambula sola, la penumbra de un lugar para pensar y reencontrarse…

En lugares como este acuden versos a mi mente. Juan Ramón Jiménez me recuerda:

Se quedó con la túnica
de su inocencia antigua.
Creí de nuevo en ella.
Y se quitó la túnica
y apareció desnuda toda.
¡Oh pasión de mi vida, poesía
desnuda, mía para siempre!

La belleza está siempre escondida. Desnuda, sencilla, esperando unos ojos que sepan descubrirla.