Llevaba tiempo queriendo vivir un Domingo de Ramos en Garachico. Era un deseo que rondaba mi cabeza pero que todavía no había podido cumplir a pesar de la cercanía. Es lo que tiene la Semana Santa, que no se puede estar en misa y repicando… nunca mejor dicho.

Pero sí es cierto que tenía esa deuda pendiente con la Villa y Puerto y, por fin, 2017 me dio la oportunidad de solventarla. La curiosidad por presenciar el inusual traslado del Cristo de la Misericordia a la casa de los Ponte había calado desde hace años en mí, pero el pregón de la Semana Santa garachiquense leído por Rosa Méndez hace varios días hizo el resto.

Rosa es la camarera del oratorio de los Ponte, la pequeña capilla familiar ubicada en la planta alta de la vivienda. Cada Semana Santa repite un ritual que abarca desde el Domingo de Ramos hasta el Sábado Santo. La parte visible se limita al Domingo y el Viernes Santo y, por supuesto, la más llamativa solo a este Domingo.

Llego temprano a Garachico. Hace calor y el tiempo invita más a darse un baño en el muelle que a ir de procesión. Pero las preferencias estos días están claros. Antes de acercarme al convento de la concepcionistas franciscanas, desde donde el Señor del Huerto y la Virgen del Consuelo saldrán en casi una hora, paso por Santa Ana. Recordando el pregón de Rosa, no sé si la iglesia estará ya abierta o aún estarán preparando al Cristo. Sí, está abierta, y lo que me encuentro a mi derecha me impresiona. Allí está la imagen, completamente amortajada en terciopelo negro y con cuatro cirios encendidos a sus pies. Un cadáver de pasta de maíz mexicana que nada recuerda al imponente Crucificado de las Fiestas Lustrales.

Imposible no entrar en Santa Ana y quedar impacto con esta estampa

Ya decía la camarera del oratorio de los Ponte que nos estamos dejando llevar por la «cultura del envase», así que intento no pensar en la fúnebre estampa y recordar que el contenido es mucho más importante que el continente.

La procesión del Huerto llega a Santa Ana y allí me quedo junto al resto de vecinos y no pocos visitantes de otras partes de la isla, esperando a que comience un ritual sin parangón en la geografía insular. En el pórtico de la iglesia, un niño se debate con su madre entre la duda de qué hacer: entrar a ver al Señor o salir de ahí. Tiene miedo pero también ganas por volver a ver el acto más íntimo de la Semana Santa garachiquense.

Si es devoción puramente la que mueve a Dª Catalina, tanto gusto tendrá en aderezar la imagen en su casa como en la iglesia. Ella insiste por su casa, luego no es por devoción puramente

Y es que la ceremonia del traslado tiene su miga. Resulta inevitable recordar los encontronazos entre la señora de la casa, Catalina Prieto, y el beneficiado de Garachico, Francisco Martínez de Fuentes, a principios del siglo XIX, cuando el cura veía inapropiado llevar al Cristo hasta la casa de los Ponte para preparar allí la imagen para el Viernes Santo: «La costumbre que se declara abuso no es costumbre. La devoción se puede consolar en la iglesia, lugar más propio que las casas particulares. Si es devoción puramente la que mueve a Dª Catalina, tanto gusto tendrá en aderezar la imagen en su casa como en la iglesia. Ella insiste por su casa, luego no es por devoción puramente», apuntaba el sacerdote.

La espera termina a las 9 de la noche. Con media hora de retraso sobre el tiempo previsto, El párroco de Santa y otros sacerdotes van a hacia la entrada de la capilla y recogen al Cristo, se lo cargan al hombro y abandonan el templo escoltados por ocho vecinos trajeados que portan en sus manos seis faroles de metal.

Hay que darse prisa. Más allá del hecho prácticamente infrecuente de trasladar una imagen religiosa de una parroquia a una casa particular, el encanto del acto recae en la forma: a paso ligero y casi a escondidas, ya que la procesión no discurre precisamente por las calles más importantes del casco de Garachico, sino que precisamente comienza por la calle Martínez Fuentes. Pareciera que el Ayuntamiento le diese ese nombre para recordarle al cura que el traslado del Yacente sigue celebrándose en la Villa año tras año.

Somos muchos los que presenciamos el rito en escasos 300 metros. En apenas 3 minutos llegamos a la casa de los Ponte. A las afueras muchos aguardan la entrada del cortejo para subir inmediatamente a la capilla. Fruto de la inexperiencia, me quedo fuera sin poder presenciar cómo el Cristo Yacente es introducido en una especie de nicho cubierto con cortinas bajo la imagen de la Soledad, ante la atenta mirada de otras dos joyas artísticas: San Juan y Santa Catalina.

Sí consigo subir arriba pocos minutos después, mientras Rosa va comprobando que el número de personas que se agolpan en el oratorio no sea un peso excesivo para la antigüedad del suelo de madera. Entro en la capilla mientras rezan el Rosario y voy a parar junto a Evelia, la archivera municipal. Para ella también es su primera vez, a pesar de llevar varias décadas trabajando en el pueblo.

Evelia sí ha podido ver otros años la segunda parte de la historia. Se produce el Viernes Santo con el retorno de la imagen del Yacente en compañía de la Soledad de los Ponte a Santa Ana para participar en la Procesión Magna. Otra deuda pendiente con Garachico que habrá que degustar algún año. Prometido.

Codirector de DAUTE DIGITAL y redactor en COPE Canarias. Grado en Periodismo por la Universidad de La Laguna y Máster en Innovación en Periodismo por la Universidad Miguel Hernández de Elche.