El Puertito

0

A veces los recuerdos son olores: a musgo, a sal, a pescado abierto…

Los bañistas se dan cita en la pequeña terraza. Los aerosoles para el bronceado embriagan el aire con sus artificiales aromas a frutas y flores ajenas al mar. Las algas invaden blanquecinas el cemento de los escalones que van al agua. Apilados, olores y humanos, tostándose al sol son un paisaje peculiar y colorido.

De algún aparato llega una melodía estridente mezclada con el rumor del mar.

Los pescadores arreglan redes y aparejos. Algunos repasan la pintura de sus barcos de maderas coloridas.

Una vieja barca navega lenta hacia la orilla. Aparece por detrás de los grandes prismas de cemento que forman el malecón artificial que protege el antiguo puerto de pescadores. Arriba a la orilla de olas mansas. El chapoteo de los pies descalzos del viejo pescador salpica a los curiosos que vienen a ver el botín de la pesca. La barca es arrastrada hacia tierra. El hombre se sienta dentro y aparta los musgos marrones y brillantes. Debajo palpitan aún los abadejos, los alfonsiños, las viejas y las cabrillas. El asombro de sentirse fuera del agua brilla en sus ojos.

Los pies del pescador renegridos de salitre antiguo se hunden en el charco de agua y restos de pescados en el fondo del barco. Las manos agrietadas, de corteza curtida por la sal y el sol, agarran las presas y las preparan para la venta. En la piel del hombre están grabados los sacrificios, los sufrimientos, la dureza de una vida sin tregua. Surcos que la vida aró inmisericorde y cruel.

Las vísceras, las escamas, el musgo amarillento y la carnada dibujan los olores en el aire.

Las rocas negras brillan. El cielo azul sonríe.

Los aromas embriagan los recuerdos.