Lomo Molino

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Foto: Patea Tenerife

La isla serpentea por las carreteras para ir hacia lo alto. El verde se quiebra en cicatrices negras. Culebra de asfalto que cruza la montaña para llevarnos hacia un simulacro de nubes.

Lomo Molino parece dormir un sueño milenario. El Teide lo vigila celoso. La isla de La Palma lo seduce envuelta en colores de atardecer veraniego.

A sus pies el Roque silencioso y los pueblos costeros desnudan sus bellezas.

Asomarse a su inmensidad de cielo y mar embriaga de vértigos los sentidos.

Entre su desordenada maleza de brezos y fayas los campesinos o los viajeros solían reponer las fuerzas, camino de más altas montañas o bajando hacia las costas.

Allí conviven silenciosas las vinagreras y el incienso junto a esporádicos endemismos.

Más también la construcción del mirador que intenta encerrar el paisaje en cristaleras deja constancia del paso humano por el paisaje. Vaivenes administrativos han utilizado el recinto de piedra con distintas intenciones, más no podrán amarrar ni controlar la belleza del aire que juega con la inmensidad azul.

Lomo Molino hace infinita la mirada y pequeña la ambición humana.