Miguel Delibes, excelente cronista de la realidad y gran novelista, realiza un viaje en 1955 a varios países de Sudamérica. Mientras organizaba las anotaciones recogidas en su viaje, detecta que algo faltaba. Unos años después, visita Tenerife y completa su obra, que se recoge en el libro Por esos mundos. Sudamérica con escala en Tenerife (1).

En la publicación podemos encontrar referencias a la agricultura, descripciones del paisaje, anotaciones sobre las características del clima e interrogantes sobre la influencia que puede provocar el desarrollo del turismo en nuestra isla. Pero, sobre todo, en el libro se encuentran grandes elogios al campesino de nuestras islas y las dificultades que les plantea el relieve para el desarrollo de los cultivos. Y aunque no he encontrado en su obra anotaciones explícitas sobre su estancia por nuestra comarca de Daute, mientras leía este libro, algunos párrafos me situaban con facilidad en nuestra zona, en la Isla Baja. Era como si él hubiese estado por la Isla Baja.

Para Miguel Delibes, Tenerife es un eslabón entre continentes, y lo afirma así: «El cronista entiende que Europa y América se dan la mano en Canarias» (2), añadiendo incluso matices diferenciadores: «Entre el andaluz y el chileno se abría un hueco. En Tenerife he hallado la pieza que faltaba» (3). Canarias es el puente entre Europa y América, evitando de esa manera alguna posible discontinuidad. «El sudamericano que viene al viejo continente encuentra a Europa en Canarias; y el europeo encuentra a Hispanoamérica en muchas de las manifestaciones culturales y temperamentales en nuestras islas» (4).

Para explicar el tipo de clima de las islas, toma algunas apreciaciones y sugerencias: «Tengo entendido que a Tenerife le han llamado un continente en miniatura» (5); y por lo que escribe experimentó las diferencias climáticas en diferentes zonas de la isla: «Total, que en un palmo de tierra un hombre puede coger una insolación, mientras otro a no más de 30 km pesca una pulmonía» (6).

En muchas de las páginas, Miguel Delibes resalta el papel de los habitantes de las islas y las dificultades que tienen que afrontar. Sobre la naturaleza del hombre canario, en el libro se explicitan las diversas culturas y conocimientos que históricamente han enriquecido al habitante actual de Canarias, ese calidoscopio de culturas, experiencias y maneras de ser que nos ha conformado. “Tenerife pues posee la fórmula para reducir hombres y razas a un común denominador” (7). Resalta el esfuerzo del agricultor canario por crear el espacio, por hacerlo habitable y productivo e indaga en esos procesos. «Tengamos en cuenta que en Tenerife no existía ni la tierra, ni el agua. El tinerfeño ha empezado por <hacer> la tierra y, después, por <hacer> el agua» (8). Un auténtico mago, llega a decir, que hace de la tierra inhóspita un auténtico vergel agrícola. Párrafos e ideas que sin lugar a duda yo traslado a cualquiera de los rincones de nuestra comarca de Daute. Ensalza la manera de ser del poblador de las islas: «El sentido hospitalario del isleño, incluso de los más humildes, es ejemplar» —añadiendo además que— «el cronista no ha visto, a lo largo y ancho de este mundo, un pueblo que se esfuerce más en complacer al forastero que el tinerfeño”, llegando a concluir que en nuestras islas «un hombre mira a otro hombre no como un extraño, sino como un semejante» (9).

Cuando explica que el basalto, las arenas de lava, la tipografía y los bancales hacen que el terreno sea impracticable, el escritor dice que, «por regla general el suelo de las islas es reacio a todo intento de domesticidad. Es un territorio salvaje», siendo más concreto en las labores que se realizan en la platanera: «El plátano necesita tantos mimos y cuidados como un niño sietemesino, y únicamente un temperamento obstinado y paciente como el canario ha podido conseguir en unas islas sin tierra ni agua —refiriéndose a las superficiales— un cultivo semejante» (10).

No olvidando el tema del agua y su singularidad en esta tierra, dice que: «Este negocio del agua es un asunto típico de las Canarias y si uno se interesa por él llega a la conclusión de que <jugar a las aguas> en Tenerife puede resultar más apasionante que <jugar a la lotería> o <jugar a las quinielas>» (11).

Con estos párrafos que entresacamos del libro, el autor resalta con mayúscula al habitante de las islas: «El campesino tinerfeño es un artesano». «Hacer un bancal en Tenerife es una empresa que abrumaría hasta el trabajador más templado», llegando a decir que con su empeño «sería muy capaz de levantar un huerto en la punta de un poste de telégrafos», describiendo que los puntos de partidas son aterradores, «salvo la suavidad del clima, el labrador allí parte de la nada, del cero absoluto» (12).

Con este relato quisiera recordar la figura del novelista y periodista don Miguel Delibes, que a lo largo de este año se conmemora el centenario de su nacimiento y el décimo aniversario de su muerte, y mi pequeño reconocimiento a este autor que me ha ido acompañando a través de sus novelas y obras de teatro; y yo disfrutando con su lectura.

Y ya que estamos en el mes de diciembre, donde los cuentos con una puntualidad exquisita surgen año tras año por los distintos rincones de la comarca de Daute, quiero reconocer el trabajo realizado por la organización del Festival Internacional del Cuento de Los Silos por el empeño en realizar su 25 aniversario a pesar de las circunstancias tan adversas que padecemos.

  1. Por esos mundos. Sudamérica con escala en las Canarias. Miguel Delibes, O. M. diciembre 1972. 2ª edición. Ediciones Destino. Colección Ánfora y Delfín Volumen 203.
  2. (3) y (4) Ibídem (pág. 153). (5) Ibídem (pág. 157). (6) Ibídem (pág. 156). (7) Ibídem (pág. 173). (8) Ibídem (pág. 173). (9) Ibídem (pág. 180). (10) Ibídem (pág. 188). (11) Ibídem (pág. 191). (12) Ibídem (pág. 189).