Durante los años que hicimos el recorrido desde El Sauzal hasta Los Silos, ciertos elementos del paisaje se repetían o cambiaban atendiendo a la estación, el mes o simplemente la hora que pasábamos a lo largo del trayecto.

La garza encaramada en las paredes circulares de uno de los estanques en la circunvalación de Icod de los Vinos, las flores de pascuas dobles que encontrábamos en una de las paradas del barrio de El Guincho, la representación del misterio de Belén que colocaban en una de las cuevas en la playa de Garachico, la fuga de agua que caía desde el acantilado pasada La Caleta de Interián, al igual que las cruces que adornaban la calle de adoquines por la que entrábamos al casco de Los Silos; y, por supuesto, los asiduos y asiduas paseantes que con puntualidad exquisita veíamos caminar entre Icod y la desviación a Tierra del Trigo.

Todo esto conformó un paisaje visual y vital que nos acompañó en los casi veinte años que transitábamos esta parte del norte de Tenerife. Trayecto que incluso hoy se nos presenta con nuevos detalles. A veces puedo ver formas en las rocas que se asemejan a cabezas de gigantes, o algún animal recostado, como esperando.

Un viajero y erudito suizo, Herman Christ, visitó la comarca de Daute en marzo de 1884 y también quedó enamorado de la variabilidad del paisaje y la riqueza de especies de nuestra flora, de la que era un gran conocedor; disfrutó con la observación de detenida de la zona. Su estancia quedó reflejada en un libro editado en alemán en 1886; la edición traducida se titula Un viaje a Canarias en primavera (1).

Traía un plan de trabajo, el paisaje y la flora eran su prioridad. De su libro recogemos: «Se dice que en aquel lugar, en el barranco del Agua, nuestro Monte del Agua en lo alto de Los Silos, existe en abundancia el marmolán» (2), lo que nos hace pensar que no pudo disfrutar de esa parte de nuestro paisaje.

Su conocimiento le permite describir de manera global el paisaje. Mientras se dirigía a Garachico por el camino empedrado que viene desde Icod, nos describe: “»Bajo la llovizna, atravesamos matorrales y grupos de árboles, huertas y grandes platanares. La combinación de la flora húmeda de la fachada oeste, con las especies de la cálida costa del sur de Tenerife, es en esta especialmente llamativa. Con el hediondo y los helechos, se encuentra allí el balo…» (3). Degusta del paisaje volcánico, disfruta, queda encantado cuando observa el Teide precipitándose sobre el mar, uniéndose como una línea continua pero inclinada: «Al pasar una curva, la vista se abre al impresionante paisaje de Garachico. Las laderas del Teide caen hacia el océano en líneas dentadas, entre el verde se encuentra una encumbrada pendiente negra de más de…»(4).

En sus textos engloba lo arquitectónico con las zonas ajardinadas de su contorno, por la zona de El Guincho nos describe el paisaje; La Coronela centró su descripción, que hoy en día sigue teniendo su encanto. «Enterrado bajo gigantescas palmeras, delimitado por las más bonitas terrazas ajardinadas, se encuentra aquel delicado lugar rodeado de balcones; un paseo de enormes cipreses contrasta con el claro verde de los platanales» (5). Recoge la tristeza de algunos habitantes de la zona cuando recuerdan la catástrofe volcánica: «Una sombría figura femenina se arrodilló con las manos tendidas hacia la pared de lava que sube hasta las nubes exhalando lastimeros gemidos» (6). Pinta con palabras detalles cuando interactúan elementos del paisaje, el mar y la roca: «El contraste entre la espuma del oleaje y la lava, cubierta por aquella como un amplio velo, era de una sombría belleza»; además de las diversas texturas del material volcánica de la zona: «La lava de Garachico es muy densa, de color negro azabache, totalmente homogénea y sin burbujas, con fractura casi mate y muestra una superficie rizada…» (7).

Y, por supuesto, se entretiene en la descripción y enumeración de la riqueza florística de la comarca de Daute: «El roque de Garachico, de un verde fresco resplandeciente, patria de la hermosa siempreviva del mar, de color azul. Por todas partes —en la zona costera— se encuentra la rara mata prieta (Gedarussa), arbusto siempre verde de las Acanthaceae, un helecho tropical de hoja dura, una cineraria no vista hasta entonces, gigantescas Crassulaceae, la gibalbera (Sémele andrógina) y muchas otras» (8).

Sale de Garachico en dirección a San Pedro de Daute, por un camino de curvas, «… con su vieja y sencilla iglesia de la época de la Conquista…», prueba el malvasía, «… aún se sigue produciendo un vino para consumo propio, de calidad todavía asombrosa»; hasta llegar y parar en un lugar, observando el oeste de la isla, «… donde se vislumbran el bonito pueblo de Los Silos, la alta montañeta de Buenavista y el bello plegamiento del macizo de Teno» (9).

Los libros de Canarias recorrían Europa y estimularon los viajes a nuestras islas. Después del Teide, Daute era la recomendación. Frances Latimer, viajera inglesa, lo leería y en su viaje a Canarias visita lugares de la zona y escribiendo sobre la agricultura del plátano. Pero esto lo dejaremos para el siguiente relato.

  1. HERMAN CHRIST, O. M. 1.998. Un viaje a Canarias en primavera. Ed. Cabildo Insular de Gran Canaria. Las Palmas de Gran Canaria.
  2. Ibídem (pág. 183). (3) Ibídem (pág. 175). (4) Ibídem (pág. 176). (5) Ibídem (pág. 177). (6) Ibídem (pág. 179). (7) Ibidem (pág. 179). (8) Ibídem (pág. 182). (9) Ibídem (pág. 182).