A la policía municipal y a los vecinos
que me sonríen cada tarde
Escuchaba la televisión, pues me hallaba preparando algunos papeles o poniendo en orden una gaveta; no sé, hacía cualquier cosa para utilizar el tiempo… Lo que hacemos todos los confinados estos días. De pronto, escuché la frase «rata contagiosa». Levanté la vista y en la pantalla vi un coche con la frase escrita. No podía creer que la maldad humana pudiese llegar a esos límites. La dedicaban a una médico que exhausta de realizar su trabajo llegaba a su casa.
Estos días, miles de ideas acuden a nuestras mentes abotargadas. Miedosos de encontrarnos, huimos de nosotros y de la venerable soledad que nos hace dialogar en silencio. Nos decimos frases llenas de buenas intenciones, afirmamos que la crisis sacará lo mejor de las personas. No lo sé. Me aflora la tristeza al comprobar que la maldad, la cursilería y la banalidad campan de una forma terrible y lacerante en las redes, en algunas propuestas, en mensajes. Mientras personal de sanidad, fuerzas del orden o todas las profesiones que han seguido al frente de sus obligaciones nos regalan lo mejor que tienen, nos dedican su profesionalidad, un signo de cariño, una sonrisa, una palabra amigable…
Al otro lado, hay seres poco solidarios que se ríen del confinamiento, que escapan para hacer cualquier cosa, que no cambian sus costumbres ni ceden un milímetro de su terreno, que se visitan alevosamente como si esto no fuese con ellos.
No es un hecho de valentía ni nadie ha de sentirse orgulloso de estos hechos. Mientras mueren miles de personas en el mundo, personas, no números, seres humanos con una cara diferente a otra cara, con una vida, con recuerdos, con ilusiones y con la esperanza de acariciar a un ser querido; o mientras el sistema económico y social se tambalea. ¿Quién puede tomárselo a broma? ¿Quién puede hacer alarde de caminar fuera de la norma?
Esta mañana leí con tristeza en Twitter una frase de mi admirado Juan José Millás: «Donde hay muertos, hay buitres».
