Campanas en tiempo de silencios

Son un lenguaje que hay que aprender a descifrar. Hoy nos hablan de libertad

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Estoy en la azotea. Es mi único esparcimiento en estos días de responsabilidad y confinamiento. Pensaba en lo maravilloso que sería poder ver el Teide nevado, comprobar si las rosas de mi huerta ya han florecido, si las aguas del charco de los Chochos están transparentes, si la lluvia ha cubierto de verde los parajes de Pina… Hermoso como pocos es ese valle entre montañas con ecos de antiguos Guanches.

Casi me invade la tristeza, pues desde mi azotea solo veo la Casita de Papel casi destrozada por la barbarie y el tiempo inefable, el árbol de la Disa, como lo conocemos todos, y las montañas, mis hermosas montañas. Hercúleas, como diría un poeta modernista, y majestuosas, como un regalo de la naturaleza.

De pronto me invadió otro paisaje. El sonido. Eran las campanas de las doce. ¡Con qué claridad llegaban a mis oídos! Abrí el ordenador y escribí, solo por el placer de compartir, de comunicarme con los que quieran acercarse a mis palabras, para estar menos solos…

Las campanas retozaban en el aire. Ellas podían hablarme de muchas cosas y acercarme a los demás. Sentí que las escuchaba al mismo tiempo que muchas personas.

En los momentos en los que sonaban me evadí también, con ellas, por el aire. Me fui a la infancia, a la inocencia de los tiempos de la fiesta, cuando esperábamos la llegada de los feriantes, los cochitos chocones, los dulces en las casa, los ventorrillos… También me hablaron las campanas de las conversaciones con mi madre, cuando me explicaba que si escuchaba con atención los toques a muerto, las campanas decían si el difunto era hombre o mujer. Ellas hablan, me decía. Las campanadas son muchas: las de los domingos, las de la misa, las de una alarma, de la hora de salir, de ponerse el traje nuevo…

Son un lenguaje que hay que aprender a descifrar. Hoy nos hablan de libertad. Ellas vuelan y hacen que todos los que las escuchamos sintamos algo especial. Los recuerdos nos unen, la escucha común nos hace más humanos.

Hoy las campanas han dibujado una sonrisa en mis labios.