La corriente filosófica del existencialismo tiene cabida en Latitud Tenerife. ¿Por qué? Porque es una experiencia llena de sentido y que aporta motivos más que suficientes para encontrarse con uno mismo en sitios que no suelen visitarse. 

Después de Latitud Tenerife me siento más yo. Este tipo de experiencias son las que ayudan a encontrar sentido a la existencia de uno mismo. El esfuerzo físico y mental realizado está envuelto con cuidado por una nebulosa de ideas. Prevalece la cultura del esfuerzo, esa que tanto practicaron las generaciones pasadas y que en la actualidad está minusvalorada. Hoy en día lo tenemos todo muy fácil, creo. 

Me llevo muy buenos recuerdos a modo de fotografía. Pero no sé si los que no se pueden plasmar son más importantes. Los momentos no se pueden medir y afortunadamente hemos tenido muy pocos malos. Nada que no pudiera superarse con actitud.

He comprendido que este tipo de aventuras se consagran y determinan gracias a las personas. Por eso tengo que estar eternamente agradecida a Valerio, Vane, Vero y Fran. Gracias por la grandísima oportunidad. No se me va a olvidar en la vida. O eso espero porque como bien le decía a mi compañera «uno de mis mayores temores es quedarme sin memoria y olvidar quién soy, quién fui y quiénes fueron conmigo». 

Recordé en millones de momentos a todos esos amigos y amigas que me han acompañado en lugares como los de esta semana. Ellos y ellas también han hecho este camino conmigo: Zeben, Toni, Jero, Cristian o Maida. Me acordé mucho de Basilio porque hace años, allá por el año 2012, él me hizo una propuesta parecida: correr y hacer crónicas. En ese entonces lo vi tan lejano pero nada es imposible. Lo he comprobado. También me acordé por su pegatina en el alojamiento de Vilaflor. También me acompañó mi madre con su preocupación constante que a veces no comprendo. Supongo que lo haré cuando sea madre. 

El móvil me jugó malas pasadas en ese sentido. Yo me encontraba en una realidad paralela mientras hacíamos el camino. No tener cobertura era en ocasiones lo mejor que me podía pasar. Olvidaba por completo la Leticia que soy a diario, en mi vida cotidiana. Y cuando sonaba tiraban de mi hacia la cruda realidad. No obstante, tenía que compartir lo que estaba pasando por mis ojos y, más tarde en estas líneas, por mi mente. 

Esa era mi rutina. Nos acostumbramos a caminar, ducharnos, algo de reposo, escribir, comer y dormir. Así durante 6 días. Podría estar así mucho más tiempo, estoy segura. Si me pagaran por escribir sobre los sitios a los que viajo sería la mujer más feliz del mundo. Envidio a Javier Reverte muchísimo. 

Mi físico no me jugó malas pasadas a excepción de las llagas de los dos primeros días que solventé con buen instrumental para sanarlas y con un cambio de calzado. A nivel mental estuve más fuerte aún.

Si tuviera que dividir en porcentajes la importancia de cada uno en esta aventura, la mente se lleva el 75%. Estar en buena forma física es muy importante pero la mente hay que tenerla a base de golpes, más duros aún que los de las piedras del camino en los tobillos o que los embates fríos del viento de Siete Cañadas. He de decir que en ningún momento de Latitud se me pasó por la cabeza abandonar. Siempre con una sonrisa y buscándole el lado positivo a todo. «Latitud es cuestión de actitud», ¿o no Vane?.

Me acompañaron una serie de amuletos y de elementos imprescindibles. Guayarmina (el gran GPS táctil) se lleva la palma. También el libro de ruta, explicado de manera sencilla e ilustrada. Los recipientes para líquidos fueron algo que me dio la vida, literal. Poder mojarme los labios o la cabeza era como tomar la ansiada ambrosía de los dioses y tener la vida eterna.

Hubo algo que llevé casi de relleno y no usé hasta la tercera etapa: los bastones. Cuánto bien me hicieron en la última jornada bajando Chinamada. Mi pequeña libreta y mi bolígrafo: un periodista no es nada sin ellos. Apuntaba ideas para que no se me escaparan en frío.

Mis valiosos pies. Ellos son los que más han sufrido pero aquí siguen con llagas y ronchas, cosas del camino. Uno tiene que preguntarse siempre: «pies, ¿para qué os quiero?». ¡Ah! Algo que mi madre pensaba que no llevaba encima y que lo llevo todos los días conmigo, por devoción: una estampa de San Roque, visible en mi mochila. 

Mujeres, ¿y qué?

En ocasiones, Vane y yo comentábamos que íbamos a ser las primeras personas en terminar Latitud Tenerife y con el añadido de que somos mujeres. Seguro que más de una me mata pero estoy un poco cansada de poner en valor que una mujer hace algo. El último año ha sido una ida y venida de argumentos feministas que a mi me parecen a veces una moda como otra cualquiera.

Lo que consigue se logra porque se hace, no hay más. ¿Tiene más valor porque yo, mujer, haya hecho Latitud Tenerife? Yo pienso que no. Lo único que puede diferenciarlo de un hombre: tuve el período durante los primeros días del camino. 

Sin ir más lejos y sin darle más la vuelta a todo esto: Latitud Tenerife es una experiencia totalmente recomendable. Para conocer la naturaleza, para entender por qué somos así, para ponerse a prueba y para comprender que hay gente en esta comarca que tiene ideas poderosas que son capaces de hacer que te encuentres a ti mismo aún sin estar perdido. Gracias El Cardón NaturExperience. 

Licenciada en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Más de una década al servicio de la comunicación