«Me retiro por motivos personales». Una frase que suele sonar a menudo en las esferas laborales y políticas. A todos nos empuja siempre mucho más nuestra vida. Debe ser la prioridad.

No obstante, las motivaciones personales además de justificar ciertos abandonos a veces se convierten en los impulsos que te empujan a algo. Es decir, decides emprender, hacer o desarrollar algo porque tienes una motivación interior. Es perfectamente comprensible pero cuando las motivaciones personales se mezclan con las políticas se desvanece, se diluye y se pierde cualquier objetivo. 

No es una buena idea. No debes confundir los límites que separan la vida personal de tu consigna política. Más aún si vives en un pueblo pequeño, como cualquiera de los que nos rodean, porque tarde o temprano tus motivos personales se cruzarán contigo por la calle o tendrás que atenderlos en tu puesto de trabajo.

Hacer una guerra personal escudada en tu acta de concejal o con tu bastón de mando en la mano no es lógico. Te trasladas a las redes sociales para librar una lucha sin sentido (porque se ha diluido el objetivo) y bajo el teclear incesante de tu dedos se esconde la mediocridad de no poder decir lo que piensas en otras tribunas. Más directas, a la cara.

Te han podido tus motivos personales

Más tarde, los que te rodean forman parte de tu batallón sin sentido. Piensan por ti, luchan por ti, escriben por ti, hablan por ti… y son capaces de mucho más. De meterse donde no los llaman y tú no has hecho nada por pararlo. Te han podido tus motivos personales.

Hacer este cóctel motivacional produce una digestión lenta. Estás día tras día repitiendo por ese proceso digestivo. Y produce desgaste. Te quemas.

Finalmente, la motivación personal que te empujó ahora es la excusa perfecta para abandonar. Así has perdido. La trinchera te ha consumido y pronuncias esa frase: «renuncio por motivos personales».

Licenciada en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Más de una década al servicio de la comunicación