Los Bailaderos emergen de la nada. Surgen casas, terrazas, arboleda y recoletas callejuelas como si un sortilegio mágico los hubiese dejado caer de un cielo pintado por un pintor soñador y estrafalario.

Hermosa estampa de un caserío construido de extrañas soledades.

Silencio y cielo se confunden.

Azul y niebla se entremezclan.

Paleta de colores aún ni siquiera pensados.

Unos dicen que el nombre viene de los balidos de las cabras cuando se entregaban a los requiebros amorosos.

Otros aseguran que el origen del topónimo está en un hecho más esotérico y antropológico.

Hace tiempo las brujas se reunían allí para hacer sus rituales. Bailaban en torno a las brasas ardientes conjurando las fuerzas telúricas. Cantaban sus plegarias secretas.

Asperjaban mágicos líquidos con hisopos construidos con yerbas curativas. Aromas, palabras y danzas se mezclaban en un rito ancestral. Ocultos placeres que solo las iniciadas podían conocer.

Aquejares prohibidos.

Luego las gentes bailaban en el mismo lugar las paganas piñatas carnavaleras, las fiestas de septiembre oliendo a otoños misteriosos. El lugar estaba hecho para el placer.

Teno Alto es magia, belleza, bruma y cielo.

Los Bailaderos abren la puerta a un mundo que pocos saben ver.

Hay que mirar hacia adentro. «Lo esencial es invisible a los ojos», decía Saint Exupéry en El principito. Y es que algunos lugares hay que mirarlos con el corazón.