Casado

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Foto: El Pateante

Casado es parte de mi infancia y adolescencia. Comidas y acampadas se funden con mis recuerdos de cuando aprendía a nadar. Risas y sueños entremezclan lo real y los imaginario en un pedazo de isla que parece que nació en un poema de Kavafis.

Aquí que me detenga. Y que me engañe como que veo esto
(lo vi en verdad un instante cuando recién me detuve);
y no también aquí mis fantasías,
mis recuerdos, las visiones de la voluptuosidad.

Cóctel cósmico de caprichos extraños. Chapoteos inocentes en calas de aguas cálidas. Recovecos de rocas como laberintos en los que la naturaleza jugó a esconder sus secretos más hermosos.
Es un lugar ideal para inventar un mundo de piratas y aventuras. Allí la palabra se hace roca y callao, la ola se convierte en voz y la espuma deja restos de las historias que se tragó la mar. Una cueva sirve de atalaya desde la que vigilar la cala de recovecos negruzcos. Al subir la marea, las rocas parecen barcos petrificados de ancestrales diseños.
Al frente, el ancho atlántico abriéndonos caminos hacia el mundo.
Un pescador pensativo se recorta, como un cromo de cartón, frente al cielo blanquecino del atardecer. Solos, roca y mar frente a su estoica espera. Un pez se acerca al nocivo anzuelo. Se aleja.
El sol de la tarde va camino de la noche.
Despacio el lugar se hace sombras. Se entenebrece.
La luna, con su luz de argentina magia, tiñe de el lugar de nuevas significaciones.
Sonrío. Vuelvo a recordar a Kavafis. Pienso que aún no he llegado a Ítaca. Es largo el camino.

Ítaca te dio el bello viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene más que darte.