Por los barrancos corren basuras

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Barranco de Blas, a su paso por el casco de Los Silos, antes de la limpieza

Pasear sin rumbo por los aledaños de cualquier pueblo es un placer inestimable, sobre todo cuando vamos dejando atrás casas, urbanizaciones y carreteras y nos internamos en la escasa naturaleza sin aún domesticar.

Vamos sumergiéndonos en los sonidos, en los cantos de las aves, en los susurros de  los árboles, en los zumbidos de las abejas; atrás van quedando los chirridos de frenazos, los desafines de algún claxon, los ruidos enloquecidos de los vehículos, los bullicios de los bares vacíos de palabras.

La armonía de la naturaleza nos invade de una sensación de bienestar.

Pensé que es una pena que «hay quien cruza el bosque y sólo ve leña para el fuego», como decía León Tolstoi. Entonces, bajé la vista y se ennegreció el pensamiento.

A la salida del pueblo había papeles, latas, plásticos, colillas… Cómo es posible que generemos tanta basura descontrolada.

El cauce del barranco estaba tapado por las yerbas secas, palos, ramas, botellas desgastadas, bolsas…

No podía entender cómo somos capaces de arrojar a nuestro entorno los restos de nuestro consumismo descontrolado. No respetamos la tierra. Mas tampoco puedo comprender cómo las administraciones cierran los ojos a hechos tan flagrantes. No se puede dejar un lecho de un barranco como un basurero improvisado. Un barranco es hermoso, es un regalo de la naturaleza. Las piedras se mezclan con la vegetación y cuando corre el agua los charcos se convierte en un paraíso de ranas y un bebedero de aves y otros animales.

El espacio público es un asunto municipal, es una obligación cuidarlo, mimarlo, embellecerlo.

Mas por algunos barrancos no corre el agua, corren basuras en busca de un futuro incierto.

Levanté la vista entristecido y pensé en una hermosa frase de Rabindranath Tagore que decía: «La tierra es insultada y ofrece las flores como respuesta».