Alberti se encontró una puerta en Garachico

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Hace ya algunos años, cuando aún vivíamos en el siglo XX, tuve la inmensa satisfacción de estar presente en el recital que Rafael Alberti interpretó en el convento de San Francisco.

Corría el año 1991 y los poetas hablaban de libertad, de vida, de derechos… La voz opaca del vate inundó la sala. La emoción palpitaba en el aire. Eran momentos llenos de ilusión.

El poeta Carlos Acosta relata con sinceridad y admiración el momento en que el autor de Marinero en tierra contempló las aguas bravías del Atlántico desde el Risco Partido.

Todo era nuevo bajo un sol que parecía también brillar con fulgores recién estrenados.

Poco tiempo después el Ayuntamiento decidió colocar un busto del ilustre visitante. Se escogió la obra del escultor yugoslavo Tome Serafimovski y se eligió el lugar más hermoso para colocarla: los bellos jardines de la Puerta de Tierra. El recoleto recodo se bautizó como El rincón de los poetas o El parque de los poetas, como lo llaman algunos.

Allí permanece en silencio el bardo que tanto luchó por la palabra y por el pueblo. Allí pasa el tiempo enmudecido. Su boca de piedra parece que quiere plantear a los pocos visitantes que se paran ante él que quiere la llave que abra la puerta de la voz.

Carcelera, toma la llave
que salga el preso a la calle.
Que vean sus ojos los campos
y tras los campos, los mares,
el sol, la luna y el aire.

Mas la voz silenciada no vuelve al rincón de los poetas. Quizá teme que si habla alguna administración decida quitar de allí su recuerdo. En esta sociedad quedan muy pocos lugares para la poesía.

Yo solo me pregunto cada vez que veo un busto o escultura de un poeta: ¿para qué sirven los monumentos a los poetas si no recitamos poesía bajo ellos?