El lagar de San Juan Degollado

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El gran lagar parece adormecido entre los jardines. Dormido está, quizá, en el glorioso pasado, cuando por sus maderas corría la sangre de la uva malvasía.

Sueña, tal vez con trasegar el mosto que convertido en vino embriagará por los senderos del recuerdo. O parece embebido en el intenso perfume de las flores que ahora, en su descanso jubiloso lo rodean, sustituyendo el aroma untuoso de los caldos de antaño.

Ya es solo parte del recuerdo, testigo mudo fue en otras épocas de los acontecimientos, de las penas, de las luchas y de la gloria. Malvasía de destellos e irisaciones doradas, de olorosa magia, de regusto de añoranzas…

No en vano Shakespeare, envuelto en los efluvios de su espléndido sabor, transportado por sus poderes ensoñadores, lo transformó en palabra: “Por mi fe que habréis bebido demasiado vino canario. Es un vino maravillosamente penetrante y que perfuma la sangre antes de que se pueda decir: ¿qué es esto?” (Enrique IV)

Muchos poetas lo alabaron. Los rapsodas del pueblo cantaron a lo largo de los siglos la valiente hazaña de los vinateros de Garachico que derramaron el vino de las bodegas inglesas, inundando el pueblo, antes de claudicar y venderse a las abusivas compañías extranjeras.

Aquel día la Puerta de tierra vio pasar una algarabía de aromas y dorados reflejos camino del mar embravecido.

Las piedras beodas se rieron ante la corajuda hazaña. Las olas recibieron el mensaje de dignidad y rebeldía en una mezcla de salitre borracho.

Aquel día lejano el orgullo y el coraje vencieron al poderoso don Dinero.

Quizá debamos mirar mejor los monumentos y aprender las lecciones que nos regala la historia. Si no es así, ¿para qué sirven los recuerdos?