La Puerta de Tierra

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Vestigio, quizá, de un pasado glorioso. Por ella entraba y salía el tesoro de la isla: la comunicación con el mundo.

Piedra a piedra. Palabra a palabra.

Antaño el mar embravecido la buscaba para entrar en la isla, hoy es solo un monumento. Ya únicamente sirve de atracción turística o de refugio para enamorados. En la soledad del parque florecen a su lado árboles y flores de exóticos colores, la rodean silenciosas veredas de adoquines por las que se pierden los sueños… En los solitarios bancos de piedra descansa algún verso que un poeta olvidadizo no escribió en la libreta…

En tiempos dichosos y pasados por ella entraban las mercancías, el arte que decoraba conventos y palacios, los libros que trajeron los pensamientos de un mundo lejano a la isla. Los esclavos tristes que marchaban a parajes desconocidos clavaban en sus piedras duras un desgarrado grito de libertad, las damas obligadas a buscar el amor lejos del viejo mundo colgaban un suspiro de nostalgia entre los musgos con un alfiler de aire.

Tantas vidas han visto pasar las piedras que ni aun el polvo que deja el tiempo al transcurrir sobre las cosas las oculta. No es un souvenir o una fotografía para el álbum de recuerdos que un turista desganado sacó con su cámara de última generación. No es una mero adorno del pasado.

La Puerta de Tierra es la entrada a un mundo de realidades. Por ella salían los productos que labraban los trabajadores. Por ella entraban las ideas que forjaban los pensadores en otras tierras. Por su lado pasó la lava avasalladora que quemó el floreciente pueblo. Y vio por mucho tiempo convertir el puerto en un mar de olvidos.

La puerta siempre abierta al ir y venir del mundo.

Un monumento es más que la piedra que lo conforma y mantiene. Es la vida misma. Es la isla.