El cielo de San Antonio de Padua

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Plaza de Nuestra Señora del Buen Viaje, El Tanque

Las pequeñas plazoletas de los pueblos siempre han atraído mi atención. Me paro ante ellas y pienso en su soledad de testigos de la historia.

Toda la vida se concentra en estas plazas recoletas de los pueblos. En ellas han transcurrido los hechos que han marcado la historia cotidiana. Amores y peleas, negocios y citas, traiciones y reconciliaciones, pactos y separaciones.

Sobre sus baldosas de piedra los niños han jugado, los adolescentes han robado su primer beso y los viejos han recibido las caricias de un benévolo sol de mediodía. Y por las noches, envueltos en la complicidad silenciosa de la luna, los beodos habladores han paseado sus locas pláticas acompañados del fiel eco de sus pasos a ninguna parte.

En San Antonio de Padua el Kiosko y la Iglesia han sido testigos mudos del paso de la vida por sus piedras. Aunque el volcán Trevejo sepultó de arenas negras se belleza, resurgieron más hermosos aún. Añejos secretos guardan ahora entre sus muros. Más cada mañana se miran extasiados sorprendidos por la nítida luz.

En El Tanque, algún dios despistado pintó de azul el cielo.

Y parece que acaricia a la oscura tierra.