Las colillas me contaron un secreto

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Mi querida Isla Baja. Siempre me ha gustado ir a la orilla del mar y sentarme frente a las aguas del Atlántico sonoro, como dijo en otros tiempos el poeta. Solo entre callaos y olas me pongo a meditar. Observo el mar en su eterno esfuerzo de reconstrucción y en el vaivén de las ondas mis pensamientos se ordenan y se aclaran.

Vigilado por las majestuosas montañas rememoro las antiguas hazañas de los isleños bravíos, los piratas y corsarios aguerridos, las trabajadoras de la sal, como sarmientos en los que se enreda un trapo negro, las pescadoras de antaño con cestas a la cabeza y la voz en grito: “Seifías, morenas, viejas y muriones.»

Sonrío recordando los dientes de ballenas que encontraba entre las rocas cuando era un niño, las conchas de las lapas, los restos de un cangrejo… Hoy no tenía un rincón solitario para sentarme con el libro o con mis desordenadas ideas.

Mis charcos y playas estaban ya ocupados. Miles de colillas, pañuelos papel, pipas de girasol, alguna lata de cerveza o refresco se tostaban al sol. Buscaba ese lugar idílico que solo existe en la memoria y no encontraba la soledad de una roca frente al mar.

Todo invadido por despojos. Pensé que si no queremos algo, que si ya no sirve para nada lo que hemos utilizado, o los restos de una comida o del recipiente que envolvía lo que hemos consumido, ¿para qué lo dejamos a nuestro lado? Lo lógico sería deshacernos de lo que ya no es útil, ni estético… Lo normal sería hacerlos desaparecer en algún lugar en el que la sabiduría humana pudiera reciclarlo, pero no. Nada es como queremos que sea. No es la lógica la que impera en este mundo.

Y allí están. Junto a los charcos.

Entonces me senté y les presté atención. Las colillas jugueteaban con la brisa y los trozos de espuma que llegaban hasta ellas. Ya no eran los oscuros cangrejos de las rocas compitiendo en negrura con la lava los que adornaban el paisaje. Tampoco los parsimoniosos lagartos eran ya protagonistas de las peñas.

Entonces habló la colilla y me dijo: “¡Ingenuo! Ya somos nosotras parte del paisaje. Crecemos junto a otros despojos como antes floreció la magarza o la aulaga. No busques explicación ni quieras expulsarnos.”

Me pareció que sonreía.

Me levanté con la esperanza de encontrar aún algún rincón deshabitado.